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Una-tierra-prometida (1)

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tradicional nos ofrecía un ramo de flores y a veces había una guardia de

honor completa o una banda militar a ambos lados de la alfombra roja que

me llevaba hasta el vehículo. En todo ello, podías percibir un tenue pero

imborrable vestigio de los rituales ancestrales: rituales diplomáticos, pero

también de tributo a un imperio.

Estados Unidos había ocupado una posición dominante en el escenario

mundial durante buena parte de las últimas siete décadas. Después de la

Segunda Guerra Mundial, cuando el mundo se hallaba en situación de

pobreza o reducido a escombros, habíamos liderado la creación de un

sistema interconectado de iniciativas, tratados y nuevas instituciones que

remodeló el orden internacional y creó una senda estable hacia el futuro: el

Plan Marshall para reconstruir Europa occidental. La Organización del

Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y las alianzas del Pacífico, que

constituyeron un bastión contra la Unión Soviética e hicieron que antiguos

enemigos se alinearan con Occidente. Bretton Woods, el Fondo Monetario

Internacional (FMI), el Banco Mundial y el Acuerdo General sobre

Aranceles Aduaneros y Comercio para regular las finanzas y el comercio

globales. Naciones Unidas y otros organismos multilaterales relacionados

para fomentar la resolución pacífica de conflictos y la cooperación en

cuestiones que van desde la erradicación de enfermedades hasta la

protección de los océanos.

Nuestras motivaciones para erigir esa arquitectura no habían sido en

modo alguno altruistas. Además de garantizar nuestra seguridad, abrió

mercados para vender nuestros productos, creó rutas marítimas para

nuestros barcos y mantenía un flujo continuado de petróleo para nuestras

fábricas y coches. Aseguraba que nuestros bancos recibieran pagos en

dólares, que las fábricas de nuestras multinacionales no fueran embargadas,

que nuestros turistas pudieran cobrar sus cheques de viaje y que nuestras

llamadas internacionales fueran recibidas. En ocasiones, manipulamos a

instituciones globales para atender los imperativos de la Guerra Fría o las

ignoramos por completo, y nos inmiscuimos en los asuntos de otros países,

a veces con resultados desastrosos. Nuestras acciones a menudo

contradecían los ideales de la democracia, la autodeterminación y los

derechos humanos que afirmábamos personificar.

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