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Una-tierra-prometida (1)

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conexión wifi a bordo, e incluso entonces, a menudo era más lenta que la de

la mayoría de los aviones privados.

Aun así, todo en el Air Force One proyectaba solidez, competencia y un

toque de grandilocuencia, desde las estancias (un dormitorio, un despacho

privado y una ducha para el presidente en la parte delantera; asientos

espaciosos, una sala de reuniones y un compartimento de terminales

informáticos para mi equipo) hasta el ejemplar servicio de la tripulación

(unas treinta personas a bordo dispuestas a atender gustosamente las

peticiones más inesperadas), sus prestaciones de seguridad de alto nivel (los

mejores pilotos del mundo, ventanillas blindadas, capacidad de repostaje en

vuelo y una unidad médica que incluía una mesa de operaciones plegable) o

su interior de 370 metros cuadrados, divididos en tres niveles y con

capacidad para transportar a catorce periodistas y a varios agentes del

Servicio Secreto.

El presidente estadounidense, único entre los líderes mundiales, viaja

plenamente equipado para no depender de los servicios ni las fuerzas de

seguridad de otros gobiernos. Eso significaba que una flota que incluía a la

Bestia, vehículos de seguridad, ambulancias, equipos tácticos y, cuando era

necesario, helicópteros Marine One eran trasladados con antelación en

aviones de transporte C-17 de la Fuerzas Aéreas y ubicados en la pista para

mi llegada. La amplia presencia (y su contraste con las disposiciones más

modestas que requerían otros jefes de Estado) a veces provocaba

consternación entre los funcionarios de un país. Pero el ejército y el

Servicio Secreto estadounidenses no daban margen a las negociaciones y, a

la postre, el país anfitrión cedía, en parte porque sus ciudadanos y la prensa

esperaban que la llegada de un presidente estadounidense a su territorio

pareciera algo importante.

Y lo era. Allá donde aterrizábamos, veía a gente pegando la cara a las

ventanas de la terminal del aeropuerto o agolpándose al otro lado de la valla

perimetral. Incluso la tripulación de tierra dejaba lo que estuviera haciendo

para ver el Air Force One rodando lentamente por la pista con su elegante

tren de aterrizaje azul, las palabras «Estados Unidos de América» nítidas y

sutiles en el fuselaje y la bandera estadounidense perfectamente centrada en

la cola. Al salir del avión, hacía el obligado saludo desde lo alto de las

escaleras en medio del rápido zumbido de los obturadores de las cámaras y

las sonrisas entusiastas de la delegación que nos esperaba en la pista

formando una hilera. En ocasiones, una mujer o un niño con vestido

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