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Una-tierra-prometida (1)

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habían resultado heridos y cuánto tardarían en empezar la rehabilitación o

en recibir una prótesis. A menudo hablábamos de deportes y algunos me

pedían que firmara una bandera de su unidad que tenían colgada en la

pared, y yo les entregaba a todos una moneda conmemorativa. Luego nos

colocábamos todos alrededor de la cama y Pete Souza hacía fotos con su

cámara y los teléfonos de los soldados, mientras Matt les ofrecía una tarjeta

de visita para que pudieran llamarlo personalmente a la Casa Blanca si

necesitaban algo.

¡Cómo me inspiraban aquellos hombres! Qué coraje y determinación,

cómo insistían en que volverían a la carga muy pronto, qué ausencia

generalizada de quejas. Aquello hacía que gran parte de lo que se considera

patriotismo (los chabacanos rituales en los partidos de fútbol americano, la

bandera ondeando con desgana en los desfiles, la cháchara de los políticos)

resultara vacío y trillado. Los pacientes a los que conocí se deshacían en

elogios con los equipos responsables de su tratamiento: los médicos, las

enfermeras y enfermeros, la mayoría de ellos soldados, pero también

algunos civiles, un sorprendente número de ellos de origen extranjero,

provenientes de lugares como Nigeria, El Salvador o Filipinas. De hecho,

era alentador ver los cuidados que recibían aquellos soldados heridos,

empezando por la cadena rápida y continuada que permitía que un marine

herido en una polvorienta aldea afgana fuera evacuado hasta la base más

cercana, estabilizado, trasladado a Alemania y más tarde a Bethesda o

Walter Reed para ser sometido a una cirugía de última generación, todo ello

en cuestión de días.

Gracias a ese sistema (una amalgama de tecnología avanzada, precisión

logística y gente sumamente preparada y dedicada, las cosas que el ejército

estadounidense hace mejor que cualquier otra organización del planeta),

muchos soldados que habrían fallecido por heridas similares en la época de

la guerra de Vietnam ahora podían sentarse conmigo junto a su cama para

debatir los méritos de los Bears en relación con los Packers. Aun así,

ningún grado de precisión o cuidado podría borrar la naturaleza brutal y

transformadora de las lesiones que habían sufrido. Los que habían perdido

una pierna, sobre todo si se la habían amputado por debajo de la rodilla, a

menudo se consideraban afortunados. Los dobles o incluso triples

amputados no eran infrecuentes, como tampoco lo eran los traumatismos

craneales graves, las lesiones medulares, las desfiguraciones faciales o la

pérdida de visión, audición o algunas funciones corporales básicas. Los

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