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Una-tierra-prometida (1)

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cuello en los combates merecían deferencia en lo tocante a decisiones

tácticas y que los nuevos presidentes no podían romper sin más los

acuerdos alcanzados por sus predecesores.

En febrero, Gates y el general Ray Odierno, nuestro nuevo comandante

en Irak, me presentaron un plan para la retirada de las unidades

estadounidenses en diecinueve meses, tres más de los que yo había

propuesto durante la campaña, pero cuatro antes de los que pedían los altos

mandos militares. El plan también proponía que mantuviéramos un

contingente residual de entre 50.000 y 55.000 efectivos no combatientes,

para entrenar y asistir al ejército iraquí, que seguiría en el país hasta finales

de 2011. En la Casa Blanca, algunos cuestionaron la necesidad de los tres

meses adicionales y el amplio contingente residual, recordándome que tanto

los demócratas del Congreso como el pueblo estadounidense estaban a

favor de una salida acelerada y no de una postergación.

Aun así, aprobé el plan de Odierno y viajé a Camp Lejeune, en Carolina

del Norte, para anunciar la decisión ante varios miles de marines, que la

recibieron con vítores. Con la misma firmeza con que me había opuesto a la

decisión original de invadir, creía que Estados Unidos ahora tenía un interés

estratégico y humanitario en la estabilidad de Irak. Puesto que, conforme al

SOFA, las tropas abandonarían los centros urbanos de Irak en solo cinco

meses, la exposición de nuestros militares a duros combates, francotiradores

y artefactos explosivos improvisados se vería enormemente reducida

cuando procediéramos con el resto de la retirada. Y teniendo en cuenta la

fragilidad del nuevo Gobierno de Irak, el desastroso estado de sus fuerzas

de seguridad, la presencia aún activa de Al Qaeda en Irak y los elevados

niveles de hostilidad sectaria que hervían dentro del país, parecía lógico

utilizar la presencia de fuerzas residuales como una especie de póliza de

seguros contra un retorno al caos. «Cuando salgamos —le dije a Rahm al

explicar mi decisión—, lo último que quiero es que tengamos que volver.»

Si trazar un plan para Irak fue relativamente sencillo, encontrar la salida de

Afganistán fue todo lo contrario.

A diferencia de la guerra en Irak, siempre había considerado la campaña

afgana una guerra necesaria. Si bien las ambiciones de los talibanes se

limitaban a Afganistán, sus líderes seguían manteniendo una imprecisa

alianza con Al Qaeda, y su regreso al poder podía convertir de nuevo al país

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