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Una-tierra-prometida (1)

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A ambos nos gustaba tanto nuestro trabajo como nuestros compañeros y,

con el paso del tiempo, nos involucramos en diversos proyectos cívicos y

filantrópicos. Nos acostumbramos a asistir a eventos deportivos, conciertos

y cenas en grupo con un círculo creciente de amigos. Conseguimos comprar

un apartamento humilde pero acogedor en Hyde Park, justo enfrente del

lago Michigan y Promontory Point, a pocos metros de donde el hermano de

Michelle vivía con su joven familia. Su madre, Marian, seguía viviendo en

la casa familiar en el South Shore, a menos de quince minutos de distancia.

Íbamos a verla a menudo, y nos agasajaba con pollo frito con verduras; o

bien Pete, el tío de Michelle, preparaba una barbacoa y una tarta terciopelo

rojo. Después de hartarnos de comida, pasábamos la sobremesa en la

cocina, escuchando a sus tíos contar historias de su juventud, y el volumen

de las risas iba subiendo a medida que entraba la noche, mientras primos y

sobrinos daban brincos en los cojines del sofá hasta que los echaban al

jardín.

En el trayecto en coche de vuelta a casa, Michelle y yo a veces

hablábamos de tener nuestros propios hijos —¿cómo serían, cuántos

tendríamos?, ¿y perro también?— e imaginábamos todo lo que haríamos en

familia.

Una vida normal. Una vida productiva y feliz. Tendría que haber sido

suficiente.

Pero entonces, en el verano de 1995, de pronto surgió una oportunidad

política, a través de una extraña sucesión de acontecimientos. El congresista

en ejercicio del Segundo Distrito de Illinois, Mel Reynolds, había sido

acusado de varios delitos, entre ellos el de haber mantenido relaciones

sexuales con una voluntaria de su campaña de dieciséis años. Si era

condenado, se celebraría de inmediato una votación especial para

sustituirlo.

Yo no vivía en el distrito, y no era lo suficientemente conocido ni contaba

con los apoyos para lanzar una campaña electoral. Sin embargo, la senadora

estatal de nuestra zona, Alice Palmer, sí reunía las condiciones para sustituir

a Reynolds y, poco tiempo después de que el congresista fuese condenado

en agosto, anunció su candidatura. Palmer, una exprofesora afroamericana

con profundas raíces en la comunidad, había tenido hasta entonces un

historial sólido, aunque anodino, y era vista con buenos ojos por los

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