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Una-tierra-prometida (1)

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mencionaban posibles tramas terroristas por difusas, poco contrastadas o

inviables que fueran, un proceso de revisión por parte de los servicios de

inteligencia destinado a eludir las críticas que transpiraron después del 11-

S. La mayoría del tiempo, lo que leía en el informe no exigía una respuesta

inmediata. El objetivo era tener una idea actualizada sobre todo lo que

enturbiaba el mundo, cambios relevantes, poco representativos y a veces

casi imperceptibles que amenazaban con alterar el equilibrio que

intentábamos mantener.

Después de leerlo, me dirigía al despacho Oval para una versión en

directo del informe con miembros del Consejo de Seguridad Nacional y de

Inteligencia Nacional en la que repasábamos cualquier asunto que

consideráramos urgente. Los hombres que dirigían aquellas sesiones

informativas, Jim Jones y Denny Blair, eran exoficiales de cuatro estrellas a

los que había conocido cuando estaba en el Senado (Jones había sido

comandante supremo aliado en Europa y Blair se había retirado

recientemente como almirante de la Marina encargado del Mando del

Pacífico). Tenían aspecto de soldados (altos y en forma, con el cabello

grisáceo rapado y unos modales rectos como una vara), y aunque

originalmente les consultaba sobre cuestiones militares, ambos se

enorgullecían de su amplitud de miras en cuanto a las prioridades de

seguridad nacional. Por ejemplo, a Jones le interesaban mucho África y

Oriente Próximo y, tras retirarse del ejército, había participado en campañas

de seguridad en Cisjordania y Gaza. Blair había escrito mucho sobre el

papel de la diplomacia económica y cultural en la gestión de una China en

auge. A consecuencia de ello, de vez en cuando ambos invitaban a analistas

y expertos a las sesiones informativas matinales para que me pusieran al día

en temas generales y a largo plazo: las repercusiones del crecimiento

económico en el mantenimiento de la democratización del África

subsahariana, por ejemplo, o los posibles efectos del cambio climático en

futuros conflictos regionales.

Sin embargo, con más frecuencia, nuestras conversaciones matinales

giraban en torno a asuntos reales o potenciales: golpes de Estado, armas

nucleares, protestas violentas, conflictos fronterizos y sobre todo guerras.

La guerra en Afganistán, que pronto sería la más larga en la historia de

Estados Unidos.

La guerra en Irak, donde seguían desplegados casi ciento cincuenta mil

soldados estadounidenses.

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