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Una-tierra-prometida (1)

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A veces, en mi equipo de política exterior salía a la superficie la fricción

entre la nueva y la vieja guardia. Cuando lo hacía, los medios de

comunicación tendían a atribuirla a la impertinencia juvenil de mi equipo y

a una falta de conocimientos básicos sobre el funcionamiento de

Washington. No era el caso. De hecho, gracias a que asesores como Denis

sabían el modo en que funcionaba Washington (pues habían sido testigos de

que la burocracia de la política exterior podía ralentizar, malinterpretar,

enterrar, ejecutar erróneamente o resistirse a nuevas direcciones de un

presidente), a menudo se enfrascaban en discusiones acaloradas con el

Pentágono, el Departamento de Estado y la CIA.

Y, en ese sentido, las tensiones que afloraron en nuestro equipo de

política exterior fueron producto de mi creación, una manera de resolver

mis dudas. Me imaginaba a mí mismo en el puente de un portaaviones,

convencido de que Estados Unidos debía emprender un nuevo rumbo, pero

dependiendo por completo de una tripulación más experimentada y en

ocasiones escéptica que tenía que ejecutar ese cambio, consciente de que las

capacidades de la nave eran limitadas y de que un viraje demasiado brusco

podía acabar en desastre. Con tanto en juego empezaba a darme cuenta de

que el liderazgo, sobre todo en cuestiones de seguridad nacional, iba más

allá de poner en práctica una política bien razonada. Conocer las

costumbres y los rituales era importante. Los símbolos y el protocolo eran

importantes. El lenguaje corporal era importante.

Trabajé en mi saludo.

Al inicio de cada jornada de mi presidencia, sobre la mesa del desayuno me

esperaba una carpeta encuadernada en piel. Michelle la llamaba el «libro de

muerte, destrucción y cosas horribles», si bien oficialmente era conocida

como el «Informe Diario del Presidente». El informe, clasificado como alto

secreto, normalmente tenía una extensión de diez a quince páginas y era

elaborado durante la noche por la CIA en colaboración con los otros

organismos de inteligencia, estaba concebido para ofrecer al presidente un

resumen de los sucesos mundiales y un análisis de inteligencia, en especial

cualquier cosa que pudiera afectar a la seguridad nacional de Estados

Unidos. En un día cualquiera podía leer acerca de células terroristas en

Somalia, disturbios en Irak o el hecho de que los chinos o los rusos estaban

desarrollando nuevos sistemas armamentísticos. Casi siempre se

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