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Una-tierra-prometida (1)

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interior desde el momento en que eres elegido, es saber que la protección de

todos está en tus manos.

Tu manera de abordar esa tarea depende de cómo definas las amenazas

para la seguridad del país. ¿Qué es lo que más tememos? ¿Es la posibilidad

de un ataque ruso o de que un cálculo erróneo o un defecto del programa

informático lance una de nuestras cabezas nucleares por equivocación? ¿Es

un fanático haciéndose estallar en el metro o que el Gobierno acceda a tu

correo electrónico con el pretexto de protegerte de esos fanáticos? ¿Es una

escasez de gasolina provocada por alteraciones en el suministro petrolífero

extranjero o que suba el nivel del mar y arda el planeta? ¿Es una familia de

inmigrantes vadeando un río en busca de una vida mejor o una pandemia,

incubada por la miseria y la falta de recursos en países pobres, que se cuela

invisible en nuestros hogares?

Durante casi todo el siglo XX , la mayoría de los estadounidenses tenían

bastante claras las prioridades de nuestra defensa nacional y sus razones.

Vivíamos con la posibilidad de recibir un ataque de otra gran potencia, de

vernos arrastrados a un conflicto entre grandes potencias o de ver cómo los

intereses vitales estadounidenses (definidos por los sabios de Washington)

eran amenazados por un actor extranjero. Después de la Segunda Guerra

Mundial, los soviéticos, los chinos comunistas y sus aliados (reales o

percibidos), aparentemente estaban decididos a dominar el mundo y poner

en peligro nuestro estilo de vida. Y luego llegaron los atentados terroristas

provenientes de Oriente Próximo, al principio en la periferia de nuestro

campo de visión, aterradores pero manejables, hasta que, en los primeros

meses de un nuevo siglo, la imagen de las Torres Gemelas reducidas a

polvo puso de manifiesto nuestros peores miedos.

Yo crecí interiorizando muchos de esos temores. En Hawái conocía a

familias que habían perdido a seres queridos en Pearl Harbor. Mi abuelo, su

hermano y el hermano de mi abuela habían combatido en la Segunda

Guerra Mundial. Me crie pensando que la guerra nuclear era una

posibilidad muy real. En la escuela primaria vi las noticias sobre unos

deportistas olímpicos asesinados en Múnich por hombres enmascarados. En

la universidad escuchaba a Ted Koppel contando los días que llevaban

secuestrados unos estadounidenses en Irán. Como era demasiado joven para

haber conocido de primera mano la angustia de Vietnam, solo había sido

testigo del honor y el comedimiento de nuestros soldados durante la guerra

del Golfo y, como la mayoría de los estadounidenses, veía nuestras

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