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Una-tierra-prometida (1)

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las opciones que proponen —ya sea la nacionalización de los bancos o la

ampliación de las leyes penales para procesar a los ejecutivos bancarios, o

simplemente dejar que una parte del sistema bancario se desmoronara para

evitar el riesgo moral— habría requerido violentar de tal modo el orden

social, quebrantar las normas políticas y económicas de tal manera, que casi

con seguridad no habría servido sino para empeorar las cosas. No para los

ricos y poderosos, que siempre saben cómo aterrizar de pie, sino para

aquellas mismas personas a las que pretendía salvar. En el mejor de los

casos, la economía habría tardado más en recuperarse, con más desempleo,

más ejecuciones hipotecarias y más cierres de empresas; en el peor, nos

podríamos haber sumido en una depresión a gran escala.

Alguien con un espíritu más revolucionario podría responder que todo

eso habría valido la pena, que no se puede hacer una tortilla sin romper los

huevos. Pero por más dispuesto que yo haya estado siempre a trastocar mi

propia vida en pro de una idea, no lo estaba a correr ese mismo riesgo con

el bienestar de millones de personas. En ese sentido, mis primeros cien días

en el cargo revelaron un aspecto básico de mi carácter político. Yo era un

reformista, conservador de temperamento, aunque mi visión política no lo

fuera. Correspondería a otros juzgar si estaba demostrando sabiduría o

debilidad.

En cualquier caso, tales cavilaciones llegaron más tarde. En el verano de

2009 la carrera apenas acababa de empezar. Una vez que se estabilizara la

economía, sabía que tendría más tiempo para impulsar los cambios

estructurales —en impuestos, educación, energía, atención sanitaria,

legislación laboral e inmigración— que había defendido en mi campaña;

cambios que harían el sistema fundamentalmente más justo y ampliarían las

oportunidades para el estadounidense medio. Tim y su equipo ya estaban

preparando opciones para un exhaustivo paquete de reformas de Wall Street

que más tarde presentaría al Congreso.

Mientras tanto, intentaba recordarme a mí mismo que habíamos alejado a

la nación del desastre, que nuestro trabajo ya estaba proporcionando cierto

alivio. La ampliación de las prestaciones por desempleo mantenía a flote a

familias de todo el país. Las reducciones fiscales para las pequeñas

empresas permitían conservar en nómina a unos cuantos trabajadores más.

Los maestros daban clase y los policías patrullaban. Una fábrica de

automóviles que había amenazado con cerrar seguía abierta, y había

personas que no perdían su casa gracias a la refinanciación de las hipotecas.

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