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Una-tierra-prometida (1)

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sector bancario estadounidense se estabilizó mucho antes que cualquiera de

sus equivalentes europeos, sino que además el sistema financiero y la

economía en general volvieron a crecer más deprisa que en casi cualquier

otra nación en la historia después de una conmoción tan significativa. Si el

día que juré el cargo hubiera predicho que en el plazo de un año el sistema

financiero estadounidense se habría estabilizado, que casi todos los fondos

del programa TARP se habrían reembolsado por completo (haciendo que de

hecho los contribuyentes ganaran dinero antes que perderlo), y la economía

habría iniciado el que se convertiría en el periodo más largo de crecimiento

continuo y creación de empleo de toda la historia de Estados Unidos, la

mayoría de los entendidos y expertos habrían cuestionado mi estado mental,

o imaginado que fumaba algo más fuerte que tabaco.

Sin embargo, para muchos críticos atentos, el problema es justo que yo

diseñara un retorno a la normalidad anterior a la crisis; un hecho que

consideran una oportunidad perdida, cuando no directamente una traición.

Según este criterio, la crisis financiera me ofrecía una oportunidad —de las

que solo se dan una vez en cada generación— de reajustar los parámetros

de la normalidad, rehaciendo no solo el sistema financiero, sino la

economía estadounidense en conjunto. Si hubiera desmantelado los grandes

bancos y enviado a la cárcel a unos cuantos delincuentes de cuello blanco;

si hubiera puesto fin a los desorbitados paquetes salariales y a la cultura

«cara, gano yo; cruz, pierdes tú» de Wall Street, tal vez hoy tendríamos un

sistema más equitativo que sirviera a los intereses de las familias

trabajadoras en lugar de a un puñado de multimillonarios.

Entiendo esas frustraciones. Y en muchos aspectos las comparto. Aún

hoy sigo leyendo encuestas sobre la creciente desigualdad que reina en

Estados Unidos, su reducida movilidad social y el constante estancamiento

de los salarios, con toda la ira y las consiguientes distorsiones que provocan

tales tendencias en nuestra democracia, y me pregunto si en aquellos

primeros meses no debería haber sido más audaz, si no debería haber estado

dispuesto a exigir más dolor económico a corto plazo en aras de un orden

económico permanentemente transformado y más justo.

Esa idea me atormenta. Y sin embargo, aunque me resultara posible

retroceder en el tiempo y volver a empezar, no puedo afirmar que tomaría

decisiones distintas. En general, las diversas alternativas y oportunidades

perdidas que postulan los críticos parecen posibles, simples elementos de

una fábula moral. Pero cuando uno profundiza en los detalles, cada una de

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