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Una-tierra-prometida (1)

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—Nunca lo dudé —dije en tono deliberadamente inexpresivo cuando

Tim terminó de informarme.

Vi asomarse la primera sonrisa en su rostro desde hacía semanas.

Si Tim se sintió reivindicado por los resultados de los test de estrés, no lo

traslució (varios años después admitiría que escuchar a Larry Summers

pronunciar las palabras «tenías razón» le resultó bastante satisfactorio).

Dadas las circunstancias, optamos por mantener aquella primera

información dentro de nuestro reducido círculo: lo último que

necesitábamos era una celebración prematura. Pero cuando la Reserva

Federal hizo público su informe definitivo dos semanas después, sus

conclusiones no habían cambiado, y a pesar de que los analistas políticos

mantenían cierto escepticismo al respecto, la audiencia que realmente

importaba —los mercados financieros— consideró la auditoría rigurosa y

creíble, lo cual inspiró una nueva oleada de confianza. Los inversores

empezaron a inyectar dinero en las instituciones financieras casi tan deprisa

como lo habían sacado. Las empresas descubrieron que podían volver a

pedir prestado para financiar sus operaciones cotidianas. Al igual que el

miedo había agravado las pérdidas —es cierto que muy reales— que habían

sufrido los bancos por el empacho de préstamos subprime , el test de estrés,

junto con las masivas garantías del Gobierno estadounidense, habían hecho

reincorporarse a los mercados al terreno racional. En junio, las diez

instituciones financieras con problemas habían recaudado más de 66.000

millones de dólares en capital privado, dejando solo un déficit de 9.000

millones. El fondo de liquidez de emergencia de la Reserva Federal pudo

reducir en más de dos tercios su inversión en el sistema financiero. Y los

nueve principales bancos del país habían saldado sus cuentas con el Tesoro,

devolviendo los 67.000 millones de dólares en fondos del TARP que habían

recibido, más intereses.

Casi nueve meses después de la caída de Lehman Brothers, el pánico

parecía haber llegado a su fin.

Ha pasado más de una década desde aquellos complicados días del

comienzo de mi presidencia, y aunque los detalles resultan confusos para la

mayoría de los estadounidenses, la gestión de la crisis financiera por parte

de mi Administración aún genera un encarnizado debate. En un sentido

estricto, es difícil discutir los resultados de nuestras acciones. No solo el

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