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Una-tierra-prometida (1)

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recompensado en las urnas por cosas que escapan por completo a su

control. Al mismo tiempo, esto también ofrece a la Administración cierto

margen de error, lo que permite a los líderes establecer sus políticas

públicas con cierta tranquilidad, sabedores de que no todo depende de que

ellos hagan las cosas bien.

En 2009, sin embargo, la situación era distinta. En los primeros cien días

de mi Administración no había margen de error. Cada movimiento que

hacíamos contaba. Todo el país nos prestaba atención. ¿Habíamos

reiniciado el sistema financiero? ¿Habíamos puesto fin a la recesión? ¿La

gente volvía a tener trabajo? ¿Conservaban sus hogares? Nuestros

resultados se publicaban a diario para que todos los vieran, y cada nuevo

conjunto de datos económicos, cada informe de prensa o anécdota se

convertía en una oportunidad para juzgarnos. Mi equipo y yo éramos

conscientes de ello desde el momento en que nos despertábamos por la

mañana y nos acompañaba hasta la hora de acostarnos.

A veces pienso que fue solo el mero ajetreo de aquellos meses lo que nos

impidió sucumbir a la tensión general. Después de tomar las decisiones

relativas a GM y Chrysler, los principales pilares de nuestra estrategia

estaban básicamente asentados, lo que significaba que ahora podíamos

centrarnos en su implementación. El grupo de trabajo de la industria

automotriz negoció un cambio en la gerencia de GM, medió en la

participación de Fiat en Chrysler y contribuyó a elaborar un plan adecuado

para los procedimientos concursales estructurados y la reorganización de las

dos empresas de automóviles. Al mismo tiempo, el equipo de vivienda

estableció el marco para los programas HAMP y HARP. Empezaron a

concederse a los estados las reducciones fiscales y las subvenciones

contempladas en la Ley de Recuperación, Joe Biden, junto con su

capacitado jefe de gabinete, Ron Klain, estaba a cargo de supervisar los

miles de millones de dólares destinados a proyectos de infraestructura con

el fin de minimizar el despilfarro y los posibles fraudes. Por su parte, Tim y

su equipo —que seguía siendo mínimo— en el Tesoro, junto con la Reserva

Federal, continuaron apagando incendios en todo el mundo financiero.

El ritmo era frenético. Cuando me reunía con mi equipo económico en

nuestras regulares sesiones informativas matutinas, el rostro de las personas

dispuestas en un semicírculo de sillas y sofás en el despacho Oval

reflejaban su agotamiento. Más tarde escucharía relatos de terceros acerca

de cómo en ocasiones los miembros del gabinete se gritaban unos a otros

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