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Una-tierra-prometida (1)

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que produjera vehículos capaces de recorrer cuarenta millas por galón...

salvo que, en su nerviosismo, en realidad dijo «los primeros automóviles de

fabricación estadounidense capaces de recorrer cuarenta millas por hora ».

[3]

La sala se quedó en silencio durante un momento, y luego todo el mundo

echó a reír. Al darse cuenta de su error, el rostro de Deese, que todavía

conservaba sus rasgos juveniles bajo el bigote y la barba, se puso de un rojo

intenso. Yo sonreí y me levanté de mi silla.

«Resulta que mi primer coche fue un Fiat del 76 —dije, recogiendo los

papeles que tenía delante—. Lo compré de segunda mano en mi primer año

de universidad. Era rojo, y tenía cambio de cinco velocidades. Si no

recuerdo mal, superaba con mucho las cuarenta millas por hora... cuando no

estaba en el taller. El peor coche que he tenido nunca. —Rodeé la mesa, le

di unas palmaditas en el brazo a Deese, y cuando me dirigía hacia la puerta

me volví hacia él—: La gente de Chrysler te agradecerá —añadí— que no

hayas utilizado ese argumento concreto hasta después de que yo hubiera

tomado mi decisión.»

A menudo se dice que a los presidentes se les atribuyen demasiados méritos

cuando la economía va bien y demasiadas culpas cuando se desploma. En

tiempos normales, eso es cierto. Existen toda clase de factores —desde una

decisión de la Reserva Federal (sobre la que el presidente estadounidense

por ley no tiene ninguna autoridad) de subir o bajar los tipos de interés

hasta las diversas vicisitudes del ciclo económico, pasando por un clima

adverso que retrase los proyectos de construcción o un repentino aumento

de los precios de las materias primas provocado por algún conflicto al otro

lado del mundo— que probablemente tienen mayores repercusiones en la

economía cotidiana que cualquier cosa que pueda hacer el presidente del

país. Incluso las grandes iniciativas de la Casa Blanca, como una importante

rebaja fiscal o una revisión de determinadas regulaciones, generalmente

tienden a no producir ningún tipo de influencia apreciable en el crecimiento

del PIB o las tasas de paro durante meses o incluso años.

Debido a ello, la mayoría de los presidentes trabajan sin conocer el

impacto económico de sus acciones. Tampoco los votantes pueden

evaluarlas. Supongo que eso resulta intrínsecamente injusto: dependiendo

de diversas coincidencias temporales, un presidente puede ser castigado o

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