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Una-tierra-prometida (1)

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ninguna autoridad gubernamental para poner fin a las bonificaciones, en

parte porque la Administración Bush había presionado al Congreso para

que no se incluyera ninguna «cláusula de reembolso» en la legislación

original que regulaba el TARP por temor a desincentivar la participación de

las instituciones financieras.

Miré a todos los presentes en la sala.

—Es una broma, ¿verdad? ¡Os estáis quedando conmigo!

Nadie rio. Axe empezó a argumentar que debíamos intentar frenar los

pagos aunque nuestros esfuerzos no tuvieran éxito. Tim y Larry

discreparon: reconocían que el asunto era terrible, pero alegaron que si el

Gobierno forzaba una violación de contratos entre particulares, causaríamos

un daño irreparable a nuestro sistema, que se basaba en el mercado. Gibbs

intervino para sugerir que la moral y el sentido común debían prevalecer

sobre el derecho contractual. Al cabo de unos minutos les interrumpí a

todos. Di instrucciones a Tim de que siguiera buscando formas de impedir

que AIG repartiera las bonificaciones (sabiendo de sobra que

probablemente no sacaría nada en claro). Luego le pedí a Axe que preparara

una declaración condenando las bonificaciones y que yo pudiera hacer

pública al día siguiente (sabiendo de sobra que nada de lo que dijera

ayudaría a reducir el daño).

Luego me dije a mí mismo que todavía era fin de semana y que

necesitaba un martini. Esa era otra de las lecciones que la presidencia me

estaba enseñando: a veces daba igual lo meticuloso que fuera tu proceso; a

veces simplemente estabas jodido, y lo mejor que podías hacer era echar un

trago de algo fuerte; y encender un cigarrillo.

La noticia de las bonificaciones de AIG llevó la ira reprimida durante varios

meses a un estado de ebullición fuera de control. Los editoriales de los

periódicos fueron de lo más mordaces. La Cámara de Representantes

aprobó rápidamente un proyecto de ley para gravar con un 90 por ciento de

impuestos las bonificaciones de Wall Street para las personas que cobraran

más de 250.000 dólares al año... solo para ver cómo el proyecto naufragaba

en el Senado. En la sala de prensa de la Casa Blanca, parecía que ese era el

único tema de todas las preguntas que llovían sobre Gibbs. Code Pink, un

extravagante grupo antibelicista cuyos integrantes (en su mayoría mujeres)

llevaban camisetas de color rosa, sombreros de color rosa y también alguna

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