07.09.2022 Views

Una-tierra-prometida (1)

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

meramente simbólicas, y además nos cargarían con la responsabilidad de

tener que buscar de inmediato reemplazos capaces de orientarse en plena

crisis en unas instituciones con las que no estaban familiarizados.

Fue un ejercicio agotador, y al ver que la sesión se alargaba hasta entrada

la noche, le dije al equipo que iba a subir a la residencia a cenar y a

cortarme el pelo, y que, cuando volviera, esperaba que hubieran llegado a

un consenso. En realidad, ya había obtenido lo que deseaba de la reunión:

confirmar por mí mismo que, pese a las cuestiones que Larry, Christy y

otros habían planteado legítimamente sobre los test de estrés, estos seguían

siendo nuestra mejor opción dadas las circunstancias (o como a Tim le

gustaba decir: «Un plan es mejor que ningún plan»).

Asimismo, y no menos importante, me sentía seguro de que habíamos

realizado un proceso correcto: de que nuestro equipo había analizado el

problema desde todas las perspectivas imaginables; de que no se había

descartado de antemano ninguna posible solución, y de que todos los

implicados —desde el miembro del gabinete de más alto rango hasta el

empleado más inexperto presente en la sala— habían tenido la oportunidad

de intervenir (por esas mismas razones, más tarde invitaría a dos grupos de

economistas externos, uno de izquierdas y otro conservador, que habían

cuestionado públicamente nuestra gestión de la crisis a reunirse conmigo en

el despacho Oval solo para ver si tenían alguna idea que nosotros no

hubiéramos contemplado ya; resultó que no).

Mi insistencia en ese proceso nacía de la necesidad. Una de las cosas que

pronto descubrí acerca de la presidencia era que ninguno de los problemas

que acababan en mi escritorio, nacionales o extranjeros, tenía una solución

nítida ni completa. De haberla tenido, alguna otra persona que estuviera por

debajo de mí en la cadena de mando ya lo habría resuelto. En cambio, yo

lidiaba constantemente con probabilidades: una probabilidad del 70 por

ciento, pongamos por caso, de que la opción de no hacer nada terminara en

desastre; una probabilidad del 55 por ciento de que tal enfoque en lugar de

tal otro pudiera resolver el problema (con una probabilidad del 0 por ciento

de que funcionara exactamente como se esperaba); una probabilidad del 30

por ciento de que lo que fuera que eligiéramos no funcionara en absoluto,

junto con una del 15 por ciento de que en realidad agravara el problema.

En tales circunstancias, buscar la solución perfecta conducía a la

parálisis. Por otra parte, «seguir tu instinto» implicaba con demasiada

frecuencia dejar que fueran las nociones preconcebidas o la vía de menor

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!