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Una-tierra-prometida (1)

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de estar en la mesa para cenar, aunque eso significara que después tuviera

que bajar de nuevo al despacho Oval.

¡Qué alegría escuchar a Malia y Sasha hablar de cómo les había ido el

día, explicando su mundo hecho de dramas de amigas, maestros

estrafalarios, chicos estúpidos, chistes tontos, nacientes ideas e

interminables preguntas! Cuando terminábamos de cenar y ellas se iban a

hacer los deberes y prepararse para acostarse, Michelle y yo nos

sentábamos a charlar un rato para ponernos al día, a menudo hablando no

de política, sino casi siempre sobre novedades relativas a viejos amigos,

películas que queríamos ver, y sobre todo del maravilloso proceso de ver

crecer a nuestras hijas. Luego les leíamos cuentos a las niñas en la cama, les

dábamos un fuerte abrazo y las arropábamos; Malia y Sasha, con sus

pijamas de algodón, olían a calidez y a vida. Cada noche, durante aquella

hora y media más o menos, me sentía regenerado, con la mente despejada y

el corazón curado de cualquier daño que pudiera haberme causado pasar

toda una jornada cavilando sobre el mundo y sus insolubles problemas.

Si las niñas y mi suegra eran nuestras anclas en la Casa Blanca, también

hubo otras personas que nos ayudaron a Michelle y a mí a gestionar el

estrés de aquellos primeros meses. Sam Kass, el joven al que habíamos

contratado como cocinero a tiempo parcial en Chicago cuando la agenda de

campaña se hizo más apretada y nuestra inquietud por los hábitos

alimenticios de las niñas alcanzó su cota máxima, nos había acompañado a

Washington, incorporándose a la Casa Blanca no solo como chef, sino

también como la persona de referencia para Michelle en el tema de la

obesidad infantil. Hijo de una maestra de matemáticas de la antigua escuela

de las niñas y exjugador de béisbol universitario, Sam poseía un apacible

encanto y una robusta apariencia que se veía realzada por su brillante

cabeza rapada. También era un auténtico experto en políticas alimentarias,

versado en una infinita variedad de temas que iban desde los efectos de la

agricultura de monocultivo en el cambio climático hasta la relación entre

los hábitos alimentarios y las enfermedades crónicas. La labor de Sam con

Michelle resultaría ser de un valor inestimable; por ejemplo, fue una lluvia

de ideas con él la que le dio a mi esposa la idea de plantar un huerto en el

jardín Sur. Y de propina conseguimos un tío para las niñas que amaba la

diversión, un hermano menor predilecto para Michelle y para mí, y, junto

con Reggie Love, alguien con quien podía echar unos tiros libres o jugar

una partida de billar cuando necesitara liberar algo de tensión.

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