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Una-tierra-prometida (1)

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mi gabinete para repasar los planes estratégicos de sus departamentos,

instándolos a identificar obstáculos y establecer prioridades. Visité sus

respectivas agencias, a menudo aprovechando la ocasión para anunciar una

nueva política o práctica gubernamental, y hablé en concurridas reuniones

de funcionarios de carrera, agradeciéndoles sus servicios y recordándoles la

importancia de su misión.

Había un flujo interminable de reuniones con diversos agentes sociales

—la Business Roundtable, la Federación Estadounidense del Trabajo y el

Congreso de Organizaciones Industriales, la Conferencia de Alcaldes, las

organizaciones de servicios para veteranos...— a fin de abordar sus

inquietudes y solicitar su apoyo. Había asimismo grandes temas que

demandaban enormes cantidades de tiempo (como la presentación de

nuestra primera propuesta de presupuesto federal) y actos públicos

innovadores diseñados para incrementar la transparencia del Gobierno

(como el primer encuentro público con ciudadanos retransmitido en

directo). Cada semana grababa un discurso en vídeo. Concedí entrevistas a

varios reporteros de la prensa escrita y presentadores de televisión, tanto

nacionales como locales. Intervine en el Desayuno de Oración Nacional y

organicé una fiesta para los miembros del Congreso con ocasión de la Super

Bowl. En la primera semana de marzo también había celebrado dos

cumbres con líderes extranjeros —una en Washington, con el primer

ministro británico Gordon Brown; la otra en Ottawa, con el primer ministro

canadiense Stephen Harper—, cada una con sus propios objetivos políticos

y protocolos diplomáticos.

En cada evento, reunión y acto de presentación de políticas públicas

podía haber un centenar de personas o más trabajando frenéticamente entre

bastidores. Se verificaban todos los documentos publicados, se investigaba

a cada persona que se presentaba a una reunión, se planeaba cada evento al

detalle, y se examinaba con escrúpulo cada anuncio de nuevas políticas para

asegurarse de que fueran viables, asequibles y no entrañaran el riesgo de

generar consecuencias imprevistas.

Este tipo de laboriosidad centrada en objetivos concretos se extendió al

Ala Este, donde la primera dama disponía de un pequeño grupo de

despachos, y tenía su propia y apretada agenda. Desde el momento en que

llegamos a la Casa Blanca, Michelle se había volcado en su nuevo trabajo

mientras creaba un hogar para nuestra familia. Gracias a ella, Malia y Sasha

parecían estar tomándose la transición a nuestra extraña nueva vida con

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