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Una-tierra-prometida (1)

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Michelle LaVaughn Robinson ya estaba ejerciendo la abogacía cuando nos

conocimos. Tenía veinticinco años y era abogada asociada en Sidley &

Austin, el bufete con sede en Chicago donde trabajé el verano anterior a mi

primer año de Derecho. Era alta, guapa, divertida, extrovertida, generosa y

endiabladamente lista; me quedé prendado de ella casi desde el momento en

que la vi. El bufete le había pedido que se encargase de mí, que se

asegurase de que encontraba la fotocopiadora de la oficina y de que me

sintiese bienvenido. Todo eso implicaba también que almorzáramos juntos,

lo que nos permitió pasar tiempo charlando, en un principio sobre trabajo,

pero más adelante sobre cualquier otra cosa.

A lo largo de los dos años siguientes, durante las temporadas sin clases

en la universidad y cuando Michelle venía a Harvard como parte del equipo

de contratación de Sidley, salíamos a cenar y dábamos largos paseos junto

al río Charles, en los que hablábamos de cine, de nuestras familias y de los

lugares del mundo que nos gustaría visitar. Cuando su padre murió de

repente por complicaciones relacionadas con la esclerosis múltiple, volé a

Chicago para estar con ella, y Michelle me apoyó cuando me enteré de que

mi abuelo tenía cáncer de próstata avanzado.

En otras palabras, nos hicimos amigos y también amantes y, cuando se

acercaba la fecha de mi graduación en Derecho, empezamos a darle vueltas

cautelosamente a la idea de vivir juntos. En una ocasión la llevé a un taller

de trabajo social comunitario que estaba impartiendo como favor a un

amigo que dirigía un centro comunitario en el South Side. La mayoría de

los participantes eran madres solteras, algunas dependientes de las ayudas

públicas; pocas tenían las aptitudes que el mercado laboral requería. Les

pedí que describiesen su mundo tal y como era y cómo les gustaría que

fuera. Era un ejercicio sencillo que había hecho muchas veces, una manera

de que la gente relacionase la realidad de sus comunidades y su vida con los

aspectos que podrían cambiar. Tras la sesión, cuando caminábamos hacia el

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