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Una-tierra-prometida (1)

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aparentemente habitual, y cuando una auditoría hizo aflorar el problema en

2006, dos años antes de que se considerara su nombre siquiera para el

puesto en el Tesoro, Tim modificó sus declaraciones y pagó lo que la

auditoría dijo que debía. Sin embargo, dado el ambiente político —y el

hecho de que, como secretario del Tesoro, Tim se encargaría de supervisar

la Agencia Tributaria—, la reacción a su error fue implacable. Los

republicanos sugirieron que había cometido fraude fiscal adrede. Los

humoristas de los programas nocturnos hacían bromas a su costa. Tim se

desmoralizó y les dijo a Axe y a Rahm que quizá yo debería nombrar a otro,

lo que me llevó a llamarle a altas horas de la noche para animarle e insistir

en que era «mi hombre».

Aunque fue confirmado unos días después, Tim sabía que había sido por

el margen más estrecho con el que jamás se había confirmado a un

secretario del Tesoro en toda la historia de Estados Unidos, y que se había

dañado su credibilidad tanto en el país como a nivel internacional. A mí

todo aquello no me preocupaba tanto; nadie recordaba las votaciones de

confirmación y estaba seguro de que su credibilidad se recuperaría pronto.

Pero el drama de la confirmación me recordó que Tim no era un político,

sino un tecnócrata que siempre había actuado entre bastidores. Necesitaría

cierto tiempo —como lo había necesitado yo— para acostumbrarse al

resplandor de los focos.

El día después de la confirmación de Tim, él y Larry vinieron al

despacho Oval para informarme sobre el penoso estado del sistema

financiero. El crédito seguía congelado. Los mercados eran precarios. Cinco

enormes instituciones —«cinco grandes bombas», las llamó Tim— corrían

especial peligro: Fannie Mae y Freddie Mac, que se habían convertido

prácticamente en las únicas fuentes de financiación de vivienda y se estaban

gastando los 200.000 millones de dólares en dinero de los contribuyentes

que el Tesoro les había inyectado el año anterior; el gigante de los seguros

AIG, enormemente expuesto como resultado de haber asegurado derivados

basados en hipotecas y que en los cuatro meses anteriores había necesitado

150.000 millones de dólares del programa TARP solo para mantenerse a

flote; y dos bancos, Citigroup y Bank of America, que juntos representaban

alrededor del 14 por ciento de los depósitos bancarios de Estados Unidos y

habían visto caer sus acciones un 82 por ciento en los últimos cuatro meses.

Una renovada presión sobre cualquiera de estas cinco instituciones

financieras podría llevarla a la insolvencia, lo que a su vez podría

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