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Una-tierra-prometida (1)

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la pauta de Fox News y de la radio conservadora, en el texto fundamental

de todo grupo de expertos o de interés financiado por los hermanos Koch.

El Gobierno estaba despojando del dinero, el empleo, las plazas

universitarias y el estatus a las personas como nosotros , que se lo habían

ganado gracias a su arduo trabajo, para dárselo todo a gente como ellos :

quienes no compartían nuestros valores ni se esforzaban tanto como

nosotros, la clase de personas que eran las causantes de sus propios

problemas.

La intensidad de estas convicciones puso a los demócratas a la defensiva,

haciendo que los líderes se mostraran menos audaces a la hora de proponer

nuevas iniciativas, estrechando los límites del debate político. Arraigó un

profundo y sofocante cinismo. De hecho, entre los asesores políticos de

ambos partidos se convirtió en axioma la idea de que restaurar la confianza

en el Gobierno o en cualquiera de nuestras principales instituciones era una

causa perdida, y que la batalla entre demócratas y republicanos que se

libraba en cada ciclo electoral se reducía ahora a si era más probable que la

exprimida clase media estadounidense identificara a los ricos y poderosos, o

a los pobres y las minorías, como la razón de que no le fueran mejor las

cosas.

Yo no quería creer que eso fuera todo lo que nuestra política podía

ofrecer. No me había presentado simplemente para avivar la ira y repartir

culpas. Me había presentado para restablecer la confianza del pueblo

estadounidense, no solo en el Gobierno, sino también en el prójimo. Si

confiábamos los unos en los otros, la democracia funcionaría. Si

confiábamos los unos en los otros, el pacto social seguiría vigente, y

podríamos resolver grandes problemas como el estancamiento salarial y la

mengua de la seguridad de cara a la jubilación. Pero ¿por dónde empezar?

La crisis económica había inclinado las recientes elecciones en favor de

los demócratas. Pero lejos de restaurar cualquier sentimiento de tener un

propósito colectivo o una mínima fe en la capacidad del Gobierno para

hacer el bien, la crisis también había vuelto a la gente más airada, más

asustadiza y más convencida de que se la estaban jugando. Lo que Santelli

supo entender, lo que McConnell y Boehner supieron entender, era cuán

fácilmente se podía canalizar esa ira, cuán útil podía resultar el miedo para

favorecer su causa.

Puede que las fuerzas a las que representaban hubieran perdido la

reciente batalla de las urnas, pero seguían tratando de ganar la guerra, ese

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