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Una-tierra-prometida (1)

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pagos no porque se hubiera instalado una nueva piscina o se hubiera ido de

vacaciones, sino porque había perdido su trabajo o porque un miembro de

su familia había caído enfermo y su empresa no le proporcionaba un seguro

médico, o simplemente porque daba la casualidad de que vivía en uno de

los estados más perjudicados: cómo alteraba eso el cálculo moral?

Para los responsables políticos que intentaban detener la crisis, ninguna

de esas preguntas importaba, al menos a corto plazo. Si la casa de tu vecino

está en llamas, no querrás que la persona que atiende el teléfono en

emergencias te pregunte si el incendio fue causado por un rayo o por

alguien que fumaba en la cama antes de decidir si envía o no a los

bomberos: solo te preocupa que apaguen el fuego antes de que se extienda a

tu casa. Las ejecuciones hipotecarias masivas eran el equivalente a un

incendio de máxima categoría que estaba destruyendo el valor de las

viviendas de todo el mundo y con ello arruinando la economía. Y al menos

desde nuestra perspectiva, nosotros éramos los bomberos.

Aun así, las cuestiones relativas a la equidad estaban muy presentes en la

mente de la opinión pública. De modo que no me sorprendí cuando los

expertos reaccionaron críticamente a nuestro paquete de ayudas a la

vivienda, sugiriendo que el coste de 75.000 millones de dólares era

demasiado reducido para abordar el problema en toda su envergadura, o

cuando los activistas provivienda asequible nos criticaron en la prensa por

no incluir un medio para reducir el importe del capital. Lo que ni mi equipo

ni yo previmos fue la crítica que terminaría siendo objeto de la mayor

atención en Mesa, quizá porque provenía de una fuente insólita. El día

después del mitin, Gibbs mencionó que un comentarista económico de la

CNBC llamado Rick Santelli había lanzado una larga diatriba en directo

contra nuestro plan de vivienda. Gibbs, que en este tipo de cosas casi

siempre tenía el radar activado, parecía inquieto.

«Eso está dando mucho juego —me dijo—. Y los de la prensa me están

preguntando por ello. Quizá quieras echarle un vistazo.»

Aquella noche vi el vídeo en mi portátil. Yo ya conocía a Santelli; no

parecía distinto de la mayoría de tertulianos que pueblan los programas de

economía de la televisión, proporcionando una mezcla de chismorreos de

mercado y noticias del día anterior con la facilona convicción del

presentador de un publirreportaje nocturno. En este caso, había estado

transmitiendo en vivo desde el parqué de la Bolsa Mercantil de Chicago,

cargado de histriónica indignación y rodeado de operadores bursátiles que

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