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Una-tierra-prometida (1)

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No obstante, incluso implementar programas como esos planteaba todo

tipo de obstáculos logísticos. Por ejemplo, si bien redundaba en beneficio

de los prestadores hipotecarios que las familias conservaran sus viviendas

(en un mercado ya deprimido, las casas embargadas se vendían a precios de

risa, lo que se traducía en grandes pérdidas para el prestador), las hipotecas

ya no estaban en manos de un conjunto limitado de bancos a los que

pudiéramos presionar para participar en los programas. Lejos de ello, se

habían titularizado y vendido a trocitos a diversos inversores de todo el

mundo. El propietario de la vivienda nunca trataba directamente con esos

prestadores anónimos, sino que hacía los pagos de su hipoteca a una

empresa de servicios que en la práctica era poco más que un cobrador de

facturas con un nombre más pomposo. Sin la autoridad legal para obligar a

hacer nada a esas empresas de servicios, lo máximo que podíamos hacer era

ofrecerles estímulos para que dieran un respiro a los propietarios de

viviendas. También teníamos que convencer a dichas empresas de que

procesaran millones de solicitudes a fin de determinar quiénes reunían y

quiénes no los requisitos necesarios para optar a una modificación o

refinanciación de su hipoteca, una tarea para la que no estaban lo que se

dice bien equipados.

¿Y quiénes, exactamente, merecían la ayuda del Gobierno? Esta pregunta

surgiría en casi todos los debates políticos que mantuvimos durante la crisis

económica. Al fin y al cabo, a pesar de lo mal que iban las cosas en 2009, la

inmensa mayoría de los estadounidenses propietarios de viviendas todavía

encontraban una manera, más o menos rigurosa, de mantenerse al día con

su hipoteca. Para ello, muchos habían reducido el gasto en restaurantes, se

habían dado de baja de la televisión por cable o estaban gastando los

ahorros destinados a su jubilación o a pagar los gastos universitarios de sus

hijos.

¿Era justo dedicar el dinero arduamente ganado de los impuestos de

aquellos estadounidenses a reducir los pagos hipotecarios de un vecino que

no podía hacerles frente? ¿Y si el vecino había comprado una casa más

grande de lo que en realidad podía pagar? ¿Y si había optado por un tipo de

hipoteca más barata pero de mayor riesgo? ¿Importaba si un agente

hipotecario había hecho creer engañosamente al vecino que estaba haciendo

lo correcto? ¿Y si el año anterior el vecino había llevado a sus hijos a

Disneylandia en lugar de poner ese dinero en un fondo para contingencias:

le hacía eso menos merecedor de ayuda? ¿Y si se había atrasado en sus

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