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Una-tierra-prometida (1)

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Comprar una casa. Formar una familia. Hacer las cosas bien. ¿Qué ha

pasado con eso? ¿Cuándo se convirtió eso en nada más que un montón

de...?»

Se interrumpió con aire afligido, antes de limpiarse el sudor de la cara y

volver a encender el cortacésped.

La cuestión era qué podía hacer mi Administración para ayudar a un

hombre como él. No había perdido su hogar, pero sí la fe en la aventura

compartida de nuestro país, en su ideal global.

Los activistas provivienda asequible y algunos progresistas del Congreso

estaban impulsando un programa gubernamental a gran escala destinado no

solo a reducir los pagos hipotecarios mensuales para las personas en riesgo

de perder su hogar, sino, de hecho, a condonar una parte del saldo

pendiente. A primera vista la idea tenía un evidente atractivo: era un

«rescate para Main Street, [2] no para Wall Street», como sugerían sus

proponentes. Pero la magnitud de la pérdida de valor de la vivienda en todo

el país hacía que los costes de ese programa de reducción de capital

resultaran prohibitivos; nuestro equipo calculó que incluso algo de la

envergadura de un segundo TARP —una imposibilidad política— tendría

un efecto limitado si se extendía a todo el mercado inmobiliario

estadounidense, valorado en veinte billones de dólares.

Optamos por lanzar dos programas más modestos, que fueron los que

expliqué con detalle aquel día en Mesa: el Home Affordable Modification

Program (HAMP), diseñado para reducir los pagos mensuales de la

hipoteca a los propietarios que reunieran determinados requisitos a un

máximo del 31 por ciento de sus ingresos, y el Home Affordable Refinance

Program (HARP), que ayudaría a los prestatarios a refinanciar su hipoteca

con tipos más bajos aun en el caso de que el valor de su vivienda fuera

inferior a la deuda. Decidimos expresamente que no todo el mundo se

beneficiaría de esos programas: no ayudarían a quienes mediante una

hipoteca subprime habían comprado una casa con un valor superior al que

sus ingresos les permitían pagar, tampoco podrían acceder a ellos quienes

habían adquirido bienes inmuebles como una inversión financiada con

deuda, pensando en vender luego la propiedad para obtener beneficios. El

objetivo era, en cambio, llegar a varios millones de familias que estaban

con el agua al cuello: las que vivían en sus hogares y habían hecho lo que

en aquel momento parecía una compra responsable, pero que ahora

necesitaban ayuda para sobrevivir.

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