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Una-tierra-prometida (1)

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Recuperación, con toda la prensa atronando ante la más mínima acusación

de derroche o actividad ilícita. Algunos comentaristas adoptaron las

narrativas orquestadas por el Partido Republicano de que yo no había

contado lo suficiente con ellos, de ahí que rompiera mi promesa de

gobernar de un modo bipartidista. Otros sugerían que nuestro acuerdo con

Collins, Nelson, Snowe y Specter representaba más el típico regateo cínico

de Washington que «un cambio en el que creer».

El apoyo popular a la Ley de Recuperación había crecido durante las

semanas que había llevado que se aprobara el proyecto de ley, pero muy

pronto todo aquel ruido tuvo su impacto y revirtió la tendencia. Al mismo

tiempo una buena parte de mis bases demócratas —aún cargadas de la

arrogancia de la noche electoral e irritada por la resistencia republicana a

echarse a un lado y hacerse la muerta— no parecían tan conformes con todo

lo que habíamos logrado incluir en la Ley de Recuperación como molestos

por las cosas a las que habíamos tenido que renunciar. Los comentaristas

liberales insistían en que si yo hubiese mostrado más fuerza mental a la

hora de enfrentar las exigencias de la Banda de los Cuatro, el incentivo

habría sido mayor. (Eso a pesar del hecho de que eran el doble de lo que

esos mismos comentaristas habían pedido que fueran solo unas semanas

antes.) Las mujeres estaban enfadadas porque se habían retirado los fondos

para anticonceptivos. Los grupos de transporte se quejaban de que un

incremento de la inversión en transporte público no era lo único que habían

esperado. Los grupos preocupados por el medioambiente parecían pasar

más tiempo quejándose de la pequeña partida de fondos que se habían

destinado a proyectos de carbón limpio que a celebrar la enorme inversión

de la Ley de Renovación en energías renovables.

Entre los ataques republicanos y las quejas demócratas me acordé del

poema de Yeats «La segunda venida»: mis seguidores carecían de toda

convicción, mientras mis oponentes estaban llenos de una apasionada

intensidad.

Nada de todo eso me habría preocupado si la aprobación de la Ley de

Recuperación hubiese sido todo lo que necesitábamos para lograr que la

economía funcionase de nuevo. Confiaba en que podíamos poner en marcha

la legislación y demostrar que nuestros objetores no tenían razón. Sabía que

los votantes demócratas me seguirían apoyando a lo largo de todo el

recorrido, y mi popularidad reflejada en las encuestas seguía siendo alta.

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