Una-tierra-prometida (1)

eimy.yuli.bautista.cruz
from eimy.yuli.bautista.cruz More from this publisher
07.09.2022 Views

manera «bipartidista» implicaba una sabiduría y una lógica salomónica.Mientras tanto, los demócratas liberales, sobre todo del Congreso, seenfurecieron conmigo por haber permitido que aquella «banda de cuatro»determinara de forma efectiva los contenidos finales del proyecto de ley.Algunos incluso llegaron a sugerir que hiciera campaña en contra deSnowe, Collins, Specter y Nelson en sus propios estados hasta que ellosrenunciaran a sus peticiones de «rescate». Les dije que eso no iba a ocurrir,porque había calculado (coincidiendo con Joe, Rahm, Harry y Nancy) queunas tácticas intimidatorias probablemente recibirían una respuestaparecida, y también cerrarían la puerta a la posibilidad de que el cuartetocooperara en cualquier otro proyecto de ley que intentara aprobar en elfuturo.Fuera como fuese seguía pasando el tiempo; o, como decía Axe, la casaseguía ardiendo y los cuatro senadores tenían la única manguera. Tras unasemana de negociaciones (y mucha persuasión, mucha insistencia y muchosintentos de apaciguar a senadores tanto por mi parte como por la de Rahm,pero sobre todo por parte de Joe) se llegó a un acuerdo. La Banda de losCuatro consiguió básicamente todo lo que pedía. A cambio, nosotrosconseguimos sus votos y mantuvimos el 90 por ciento de las medidas deestímulo que habíamos propuesto en un principio. Aparte de los votos deCollins, Snowe y Specter, el modificado proyecto de ley de 1.073 páginasse votó tanto en el Congreso como en el Senado siguiendo estrictamente ladisciplina de partido. Y menos de un mes más tarde de mi investidura,estaba lista para aprobarse la Ley de Reinversión y Recuperación.La ceremonia de firma se llevó a cabo frente a una pequeña multitud en elMuseo de Ciencias Naturales de Denver. Habíamos pedido al consejerodelegado de una compañía solar cooperativa que hiciera la presentación, ymientras le escuchaba describir lo que la Ley de Recuperación implicaríapara su empresa —la interrupción de los despidos, los nuevos trabajadoresque podría contratar y la economía sostenible que esperaban promover—hice todo lo que pude por disfrutar del momento.De una manera muy poco convencional, estaba a punto de firmar unalegislación histórica: un esfuerzo de recuperación comparable en tamaño alNew Deal de Roosevelt. El paquete de estímulo no se limitaría solo a añadirdemanda. Ayudaría a millones de personas a soportar la tormenta

económica, ampliaría el subsidio de desempleo para los parados, asistiríacon alimentos a los que pasaban hambre, daría asistencia sanitaria aaquellas personas cuya vida había encallado, otorgaría el mayor recorte deimpuestos para las familias de clase media y trabajadora desde la época deReagan, y aportaría a los sistemas de infraestructura y transporte de lanación la mayor inyección de nuevos fondos desde la AdministraciónEisenhower.Y eso no era todo. Sin perder de vista los estímulos a corto plazo y lacreación de empleo, la Ley de Recuperación extendería un cheque enormepara los compromisos que había hecho en campaña respecto a modernizarla economía. Prometía transformar el sector energético con una inversiónsin precedentes en energías sostenibles y en desarrollo de programaseficaces. Financiaría la reforma educativa más grande y ambiciosa de unageneración. Estimularía la transición a unos registros médicos electrónicosque podían revolucionar el sistema sanitario estadounidense, generaríaacceso a la banda ancha en escuelas y zonas rurales que antes se habíanvisto fuera de las superautopistas de la información.Cualquiera de esos elementos, si hubiese sido aprobado como unproyecto de ley independiente, habría constituido un gran logro para unaadministración presidencial. Todos unidos, podían representar el exitosotrabajo de un primer mandato completo.Aun así, después de que me mostraran los paneles solares del tejado delmuseo, subí al estrado y di las gracias a mi vicepresidente y a mi equipo porhaber conseguido que sucediera todo aquello bajo una presiónextraordinaria; después de mostrar mi afecto por aquellos en el Congresoque habían permitido que el proyecto de ley cruzara la línea de meta y deusar varias plumas para convertir el proyecto de recuperación en una ley, dila mano a todo el mundo y concedí un par de entrevistas; y al final, cuandome vi a solas en el asiento trasero de la Bestia, la principal emoción que meinvadió no fue tanto de triunfo como de enorme alivio.O, para ser más precisos, de alivio con una fuerte dosis depremoniciones.Si bien era cierto que habíamos hecho un trabajo digno de varios años ensolo un mes, y también que habíamos invertido igual de rápido un capitalpolítico equivalente a un par de años, era difícil negar, por ejemplo, queMcConnell y Boehner nos habían masacrado en el frente de los mensajes.Sus implacables ataques seguían modelando la cobertura de la Ley de

económica, ampliaría el subsidio de desempleo para los parados, asistiría

con alimentos a los que pasaban hambre, daría asistencia sanitaria a

aquellas personas cuya vida había encallado, otorgaría el mayor recorte de

impuestos para las familias de clase media y trabajadora desde la época de

Reagan, y aportaría a los sistemas de infraestructura y transporte de la

nación la mayor inyección de nuevos fondos desde la Administración

Eisenhower.

Y eso no era todo. Sin perder de vista los estímulos a corto plazo y la

creación de empleo, la Ley de Recuperación extendería un cheque enorme

para los compromisos que había hecho en campaña respecto a modernizar

la economía. Prometía transformar el sector energético con una inversión

sin precedentes en energías sostenibles y en desarrollo de programas

eficaces. Financiaría la reforma educativa más grande y ambiciosa de una

generación. Estimularía la transición a unos registros médicos electrónicos

que podían revolucionar el sistema sanitario estadounidense, generaría

acceso a la banda ancha en escuelas y zonas rurales que antes se habían

visto fuera de las superautopistas de la información.

Cualquiera de esos elementos, si hubiese sido aprobado como un

proyecto de ley independiente, habría constituido un gran logro para una

administración presidencial. Todos unidos, podían representar el exitoso

trabajo de un primer mandato completo.

Aun así, después de que me mostraran los paneles solares del tejado del

museo, subí al estrado y di las gracias a mi vicepresidente y a mi equipo por

haber conseguido que sucediera todo aquello bajo una presión

extraordinaria; después de mostrar mi afecto por aquellos en el Congreso

que habían permitido que el proyecto de ley cruzara la línea de meta y de

usar varias plumas para convertir el proyecto de recuperación en una ley, di

la mano a todo el mundo y concedí un par de entrevistas; y al final, cuando

me vi a solas en el asiento trasero de la Bestia, la principal emoción que me

invadió no fue tanto de triunfo como de enorme alivio.

O, para ser más precisos, de alivio con una fuerte dosis de

premoniciones.

Si bien era cierto que habíamos hecho un trabajo digno de varios años en

solo un mes, y también que habíamos invertido igual de rápido un capital

político equivalente a un par de años, era difícil negar, por ejemplo, que

McConnell y Boehner nos habían masacrado en el frente de los mensajes.

Sus implacables ataques seguían modelando la cobertura de la Ley de

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!