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Una-tierra-prometida (1)

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cositas esperanzadoras y de cambio». Después de que Crist diera una

explicación razonable aunque cauta sobre por qué apoyaba la Ley de

Recuperación, señalando sus beneficios para Florida y la necesidad de que

los cargos electos pusieran a la gente por delante de los intereses del

partido, le di al gobernador lo que era mi habitual «abrazo de hermano»: un

apretón de manos, con el brazo rodeándole la espalda para darle una

palmada, una mirada de agradecimiento y un «gracias» al oído.

Pobre Charlie. ¿Cómo iba a saber que aquel gesto de dos segundos iba a

acabar siendo un beso de la muerte en términos políticos para él? Durante

los días de la campaña, las imágenes del «abrazo» —acompañadas de gran

cantidad de reclamos que pedían su cabeza— empezaron a aparecer en los

medios de la derecha. En cuestión de meses Crist pasó de ser una estrella

republicana a un paria. Se le denominó el símbolo de la conciliación,

debilucho, oportunista republicano solo de nombre al que había que

ejemplarizar. Pasó cierto tiempo hasta que el asunto se desarrolló por

completo: en la candidatura para el Senado de 2010, se obligó a Crist a

presentarse como independiente y fue aplastado por el advenedizo

conservador Marco Rubio; finalmente Crist consiguió regresar a la política

solo a costa de cambiar de partido y ganando uno de los escaños del

Congreso como demócrata. Fuera como fuese, la lección inmediata no

había pasado inadvertida para los congresistas republicanos.

Si cooperáis con la Administración Obama, ateneos a las consecuencias.

Y si tenéis que darle la mano, aseguraos de que se note que no os

complace hacerlo.

Echando la vista atrás, me resulta difícil no obsesionarme con las dinámicas

políticas que se desplegaron en aquellas primeras semanas de mi mandato;

lo rápido que se endureció la resistencia republicana, independientemente

de lo que dijéramos o hiciésemos, y cómo la resistencia tiñó la forma en que

la prensa, y la gente al final, veía la esencia de nuestras acciones. Al fin y al

cabo, aquellas dinámicas establecieron buena parte de lo que ocurrió en los

meses y años que siguieron, una quiebra en la sensibilidad política con la

que seguimos lidiando una década más tarde.

Pero en febrero de 2009 estaba obsesionado con la economía, no con la

política. De modo que merece la pena señalar una información relevante

que he omitido al contar la historia de Charlie Crist: pocos minutos antes de

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