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Una-tierra-prometida (1)

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donaciones, sino que podía acabar siendo el objetivo de un ataque, bien

financiado, en primarias.

Y para aquellos republicanos que aun así sintieran la tentación de

cooperar conmigo a pesar de la presión de votantes, donantes y noticias de

la prensa conservadora, el viejo truco de la influencia de los colegas

terminaría por funcionar. Durante la transición había conocido a Judd

Gregg, un senador republicano capaz y decente de New Hampshire, y le

ofrecí la Secretaría de Comercio como parte de mi esfuerzo de cumplir la

promesa de una gobernanza bipartidista. Aceptó de inmediato, y a

principios de febrero anunciamos su nominación. Tras el crecimiento diario

y a un ritmo escandaloso de la oposición republicana a la Ley de

Recuperación, de que McConnell y el resto de los líderes le vapulearan en

las reuniones de los caucus y en la tribuna del Senado y la exprimera dama,

Barbara Bush, interviniera directamente para disuadirle de que se uniera a

mi Administración, Judd Gregg perdió el coraje. Una semana después de

que presentáramos su nominación, anunció que se retiraba.

No todos los republicanos se percataron de aquella actitud cambiante en

el seno de su propio partido. El día en que se votó en el Senado la Ley de

Recuperación, yo estaba en Fort Myers, Florida, en un encuentro público

con la intención de generar apoyo hacia la propuesta de ley y para que me

hicieran preguntas sobre economía. A mi lado estaba el gobernador de

Florida, Charlie Crist, un republicano moderado de modales amistosos y

educados y de buena apariencia —bronceado, pelo canoso, dientes

resplandecientes— que parecía salido de un departamento de casting. Crist

era enormemente popular en ese momento, y había cultivado la imagen de

alguien capaz de trabajar con ambos partidos, evitando asuntos que

dividieran socialmente y centrándose en promover el turismo y los

negocios. Sabía también que su estado estaba en grandes apuros: como uno

de los puntos calientes de las hipotecas subprime y la burbuja inmobiliaria,

Florida tenía una economía y un presupuesto estatal en caída libre y

necesitaba con desespero la ayuda federal.

Crist aceptó a presentarme en el encuentro y respaldó públicamente el

paquete de estímulos por una mezcla de carácter y necesidad. A pesar del

hecho de que el valor de las casas en Fort Myers había caído un 67 por

ciento (con un 12 por ciento de los inmuebles en ejecución hipotecaria), ese

día la masa estaba encendida y rugiente, la mayoría de ellos eran

demócratas enardecidos por lo que Sarah Palin llamaría más tarde «esas

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