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Una-tierra-prometida (1)

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Informe sobre lo que dice una de las partes (con un breve extracto

incluido).

Informe sobre lo que dice la otra parte (con el extracto opuesto, cuanto

más insultante mejor).

Encuesta de opinión para determinar quién tiene razón.

Con el tiempo, mi equipo y yo acabamos tan resignados a ese estilo de

cobertura «uno dijo/el otro contestó» que bromeábamos con frecuencia

sobre el asunto. («En dos ruedas de prensa paralelas se ha animado el

debate sobre la forma de la Tierra, con un presidente Obama —que afirma

que la Tierra es redonda— bajo el fulminante ataque de los republicanos,

que aseguran que la Casa Blanca está llena de documentos que prueban que

la Tierra es plana.») En aquellas primeras semanas, sin embargo, con

nuestro equipo de comunicaciones apenas recién llegado, aún nos podían

sorprender. No era solo la intención del Partido Republicano de vender

medias verdades o claras mentiras sobre el contenido de la Ley de

Recuperación (la afirmación de que planeábamos gastar millones en un

Museo de la Magia en Las Vegas, por ejemplo, o que Nancy Pelosi había

incluido treinta millones de dólares para salvar a unos ratones en extinción),

sino también por la disposición de la prensa a hacerse eco o a publicar esas

mentiras como si se tratara de verdaderas noticias.

Si insistíamos lo suficiente, un medio podía publicar una historia que

contrastaba una afirmación republicana. Rara vez, sin embargo, la verdad

llegaba a los titulares. La mayor parte de los estadounidenses —ya incitados

a creer que el Gobierno malgastaba el dinero— no tenían el tiempo o las

ganas de seguir los detalles de un proceso legislativo o sobre quién estaba

siendo razonable y quién no en las negociaciones. Todo lo que sabían era lo

que les contaban los corresponsales de prensa de Washington: que los

republicanos y los demócratas estaban de nuevo a la gresca, que los

políticos derrochaban el dinero, y que el tipo que acababa de llegar a la

Casa Blanca no hacía nada por impedirlo.

Evidentemente, los esfuerzos para desacreditar la Ley de Recuperación

dependían de la habilidad de los líderes del Partido Republicano para

mantener a sus miembros bajo control. Como mínimo, necesitaban que el

paquete de estímulo no consiguiera suficiente apoyo por parte de los

republicanos más distantes para que fuera considerado «bipartidista», ya

que (McConnell lo explicaría luego) «cuando uno le pone la etiqueta

bipartidista a algo, la sensación es la de que se han resuelto las diferencias».

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