Una-tierra-prometida (1)

eimy.yuli.bautista.cruz
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07.09.2022 Views

—¿Cuándo ha ocurrido esto? —pregunté revisando el artículo endiagonal.—Hace unos cinco minutos —dijo Gibbs.—¿Ha llamado Boehner para ponernos sobre aviso? —pregunté.—No —dijo Rahm.—¿Tengo motivos entonces para pensar que esta mierda no es fiable? —pregunté mientras el grupo de los nuestros ya se dirigía hacia la Bestia.—Eso sería correcto, señor presidente —dijo Rahm.Las reuniones con los caucus no fueron abiertamente hostiles. Boehner,Cantor y el jefe de la Convención de Republicanos del Congreso, MikePence, ya estaban en el atril cuando llegué (evitando con destreza hablar dela artimaña que acababan de hacerme) y tras la breve introducción deBoehner y un pequeño aplauso de compromiso, subí al estrado para hablar.Era la primera vez que lo hacía en una reunión republicana en el Congresoy resultaba difícil no sorprenderse ante la uniformidad de la sala: fila trasfila se veía a una gran mayoría de hombres blancos de mediana edad, juntoa aproximadamente una docena de mujeres y dos o tres hispanos y asiáticos.La mayoría de ellos me miraron impávidos mientras hacía un breveresumen de los estímulos, citando los últimos datos del colapso de laeconomía, la necesidad de una acción inmediata y el hecho de que nuestropaquete contenía recortes de impuestos que los republicanos llevabanpromoviendo mucho tiempo, y hablando de nuestro compromiso a reducirel déficit a largo plazo cuando acabara la crisis. El público se espabilócuando abrí la ronda de preguntas (o, para ser más precisos, de pequeñasdeclaraciones que fingían ser preguntas) y respondí a todos animadamente,como si mis respuestas sirvieran para algo.—Señor presidente, ¿por qué este proyecto de ley no hace nada acerca delas leyes promovidas por los demócratas que obligaron a los bancos a darhipotecas a solicitantes no cualificados y que fue la verdadera causa de estacrisis financiera?(Aplauso.)—Señor presidente, aquí tengo un libro que afirma que el New Deal nosolo no acabó con la Gran Depresión sino que hizo que las cosas fueran aúnpeores. ¿Está de acuerdo en que los así llamados estímulos de losdemócratas no están haciendo más que repetir esos errores y que dejarán unmar de tinta roja que tendrán que limpiar las próximas generaciones?(Aplauso.)

—Señor presidente, ¿hará usted que Nancy Pelosi deje a un lado supartidista proyecto de ley y empiece de cero el proceso realmente abiertoque está pidiendo el pueblo estadounidense?(Vítores, aplausos, unos cuantos silbidos.)En el lado del Senado, el escenario fue menos forzado. Nos invitaron aJoe y a mí a que nos sentáramos a una mesa en la que había unos cuarentasenadores, muchos de ellos antiguos colegas nuestros. Pero la esencia delencuentro no fue muy distinta; todos los republicanos que se atrevieron ahablar recitaron los mismos versos, describieron el paquete de estímuloscomo un «rescate financiero de especial interés» repleto de mentiras yderrochador del presupuesto, un proyecto de ley que los demócratas teníanque romper en mil pedazos si deseaban la menor cooperación.En el viaje de vuelta a la Casa Blanca, Rahm estaba enfurecido; Phil,desalentado. Les dije que había estado bien, que la verdad es que me habíadivertido el toma y daca.—¿Cuántos republicanos creéis que aún están en juego? —pregunté.Rahm se encogió de hombros.—Tenemos suerte si llegan a una docena.Aquello demostró ser optimista. Al día siguiente, la Ley de Recuperaciónse aprobó en el Congreso por 244 contra 188 votos, con una suma total decero votos republicanos. Era la salva inicial de un plan de batalla queMcConnell, Boehner, Cantor y el resto del grupo desplegó conimpresionante disciplina durante los siguiente ocho años: un rechazo atrabajar con los miembros de mi Administración, fueran cuales fuesen lascircunstancias, el tema del que se tratara o las repercusiones para la nación.Podría pensarse que para un partido político que acaba de sufrir dos ciclosde atronador fracaso, la estrategia del Partido Republicano era belicosa, queuna obstrucción sin condiciones podía conllevar sus riesgos. Y durante unaépoca de verdadera crisis, sin duda no era una actitud muy responsable.Pero si, como era el caso de McConnell o Boehner, tu objetivo prioritarioera abrir a machetazos un camino de regreso al poder, la historia recienteafirmaba que esa estrategia podía llegar a tener sentido. A pesar de todoslos discursos sobre el deseo de que los políticos se entendieran, los votantesestadounidenses muy rara vez premiaban a la oposición cuando cooperabacon el partido gobernante. En los ochenta, los demócratas mantuvieron el

—Señor presidente, ¿hará usted que Nancy Pelosi deje a un lado su

partidista proyecto de ley y empiece de cero el proceso realmente abierto

que está pidiendo el pueblo estadounidense?

(Vítores, aplausos, unos cuantos silbidos.)

En el lado del Senado, el escenario fue menos forzado. Nos invitaron a

Joe y a mí a que nos sentáramos a una mesa en la que había unos cuarenta

senadores, muchos de ellos antiguos colegas nuestros. Pero la esencia del

encuentro no fue muy distinta; todos los republicanos que se atrevieron a

hablar recitaron los mismos versos, describieron el paquete de estímulos

como un «rescate financiero de especial interés» repleto de mentiras y

derrochador del presupuesto, un proyecto de ley que los demócratas tenían

que romper en mil pedazos si deseaban la menor cooperación.

En el viaje de vuelta a la Casa Blanca, Rahm estaba enfurecido; Phil,

desalentado. Les dije que había estado bien, que la verdad es que me había

divertido el toma y daca.

—¿Cuántos republicanos creéis que aún están en juego? —pregunté.

Rahm se encogió de hombros.

—Tenemos suerte si llegan a una docena.

Aquello demostró ser optimista. Al día siguiente, la Ley de Recuperación

se aprobó en el Congreso por 244 contra 188 votos, con una suma total de

cero votos republicanos. Era la salva inicial de un plan de batalla que

McConnell, Boehner, Cantor y el resto del grupo desplegó con

impresionante disciplina durante los siguiente ocho años: un rechazo a

trabajar con los miembros de mi Administración, fueran cuales fuesen las

circunstancias, el tema del que se tratara o las repercusiones para la nación.

Podría pensarse que para un partido político que acaba de sufrir dos ciclos

de atronador fracaso, la estrategia del Partido Republicano era belicosa, que

una obstrucción sin condiciones podía conllevar sus riesgos. Y durante una

época de verdadera crisis, sin duda no era una actitud muy responsable.

Pero si, como era el caso de McConnell o Boehner, tu objetivo prioritario

era abrir a machetazos un camino de regreso al poder, la historia reciente

afirmaba que esa estrategia podía llegar a tener sentido. A pesar de todos

los discursos sobre el deseo de que los políticos se entendieran, los votantes

estadounidenses muy rara vez premiaban a la oposición cuando cooperaba

con el partido gobernante. En los ochenta, los demócratas mantuvieron el

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