Una-tierra-prometida (1)
colaborar con usted, señor presidente —me dijo sin rodeos uno de losmiembros—, lo que intentan es destruirle.»Pensaba que tal vez tenían razón. Pero por diversas razones me parecíaque al menos era importante hacerles una propuesta. Conseguir los dosvotos republicanos que necesitábamos para una mayoría blindada contra elfilibusterismo en el Senado sería mucho más fácil, y lo sabía, si primero nosasegurábamos un apoyo decente de votos republicanos en el Congreso; laseguridad en las cifras era la máxima por la que vivían casi todos lospolíticos de Washington. Los votos republicanos nos proveerían también deuna útil cobertura política para los demócratas que representaban a zonascon tendencias conservadoras del país y que vislumbraban un futuro concampañas de reelección más duras. Y lo cierto es que ya solo el acto denegociar con los republicanos sirvió como una excusa muy práctica paraesquivar algunas de las ideas menos ortodoxas que surgieronocasionalmente en nuestro lado del pasillo («Lo siento, señor congresista,pero legalizar la marihuana no es el tipo de incentivo en el que estamospensando...»).En lo que a mí respecta, contactar con los miembros republicanos no fuesolo mera táctica. Desde mi discurso de la convención en Boston y losúltimos días de mi campaña, había asegurado a gente de todo el país que noestaban tan divididos como daban a entender nuestros políticos y que parahacer cosas importantes teníamos que pasar página a la disputa partidista.¿Y qué mejor vía para hacer un esfuerzo honesto de llegar al otro lado delpasillo que desde una posición de fuerza, y en un momento en que nonecesitábamos necesariamente el apoyo de los republicanos del Congresopara conseguir que se aprobara mi agenda? Pensé que tal vez, con unamente abierta y un poco de humildad, podía tomar a los líderes del PartidoRepublicano por sorpresa, calmar sus sospechas y ayudar a construirrelaciones que permitieran seguir con otros asuntos. Y si, como era lo másprobable, la táctica no funcionaba y los republicanos rechazaban mispropuestas, entonces al menos los votantes sabrían a quién acusar de la faltade funcionamiento de Washington.Para dirigir la Oficina de Asuntos Legislativos habíamos reclutado a unavispado funcionario sénior demócrata del Congreso llamado Phil Schiliro.Era alto y estaba quedándose calvo, tenía una aguda forma de reír queenmascaraba una serena intensidad, y desde el primer día de sesión en elCongreso, Phil fue en busca de compañeros para negociar, llamándome a mí
o a Rahm o a Joe Biden para que ayudáramos a cortejar a algunosmiembros cuando era necesario. Cuando algunos republicanos manifestaronsu interés en más infraestructura, les dijimos que nos pasaran una lista consus prioridades. Cuando otros dijeron que no podían votar por un proyectode ley que incluía fondos para la anticoncepción disfrazados de estímulos,instamos a los demócratas a que los eliminaran. Cuando Eric Cantor sugirióuna modificación razonable a una de nuestras exenciones de impuestos, apesar de que no había posibilidad alguna de que votara por el proyecto deley, le dije a mi equipo que incluyera el cambio, deseando enviar así unaseñal de que cuando hablábamos de sentar a los republicanos en la mesa lodecíamos en serio.Aun así, a medida que pasaban los días la posibilidad de una cooperaciónrepublicana parecía cada vez más un milagro distante. Aquellos queinicialmente habían manifestado su interés en trabajar con nosotros dejaronde devolvernos las llamadas. Miembros republicanos del Comité deAsignaciones del Congreso boicotearon sesiones de la Ley deRecuperación, asegurando que no se les había consultado con seriedad. Losataques republicanos al proyecto de ley en la prensa eran cada vez menoscontenidos. Joe me informó de que Mitch McConnell había estadomanteniendo a la gente a raya, impidiendo a miembros de sus caucus hablarcon la Casa Blanca sobre el paquete de estímulos, y hubo miembrosdemócratas del Congreso que dijeron que habían escuchado lo mismo dealgunos de sus compañeros del Partido Republicano.«No podemos jugar», fue al parecer lo que dijo uno de los republicanos.A pesar del lúgubre panorama, pensé que tal vez tenía una posibilidad depersuadir a algunos miembros en mis visitas a los caucus republicanos delCongreso y el Senado, ambos agendados para el 27 de enero, víspera de lavotación del Congreso. Me di un tiempo extra para preparar mipresentación, para asegurarme de que iba con todos los hechos y datos biensabidos. La mañana antes de los encuentros, Rahm y Phil se reunieronconmigo en el despacho Oval para repasar los argumentos que pensábamosque los republicanos podían encontrar más persuasivos. Estábamos a puntode cargar el convoy rumbo a Capitol Hill cuando Gibbs y Axe entraron enel despacho Oval y me enseñaron un cable de Associated Press que acababade llegar, justo después del encuentro de Boehner con su caucus: «Losrepublicanos del Congreso instan a la oposición al proyecto de ley de losestímulos».
- Page 257 and 258: aptitudes complejas podía ser uno
- Page 259 and 260: Jared Bernstein, un economista labo
- Page 261 and 262: desplegados en Irak y Afganistán,
- Page 263 and 264: proporción con la escuela «realis
- Page 265 and 266: las elecciones, fui amablemente rec
- Page 267 and 268: Dado el entusiasmo que había despe
- Page 269 and 270: dientes que se caían y mejillas re
- Page 271 and 272: cada uno de los postres de la carta
- Page 273 and 274: sonrisas en la distancia, algunos e
- Page 275 and 276: las instrucciones de la Oficina Mil
- Page 277 and 278: Habíamos hecho bien en marcharnos
- Page 279 and 280: sus participantes: los marines, los
- Page 281 and 282: 11No importa lo que te digas a ti m
- Page 283 and 284: normal, aquello habría sido sufici
- Page 285 and 286: consumidores, ya endeudados por enc
- Page 287 and 288: integrado que reforzara la segurida
- Page 289 and 290: que si había alguien capaz de prov
- Page 291 and 292: Esa vez no respondí nada, me limit
- Page 293 and 294: cabo, los demócratas disfrutaban d
- Page 295 and 296: Tanto los gastos de emergencia como
- Page 297 and 298: a Boehner un control muy tenue sobr
- Page 299 and 300: el jefe del grupo parlamentario de
- Page 301 and 302: Y estaba el siempre presente grupo
- Page 303 and 304: portuguesas, Pete estaba en su segu
- Page 305 and 306: mayordomos y sirvientas. En aquel a
- Page 307: algunas de esas quejas se filtraban
- Page 311 and 312: —Señor presidente, ¿hará usted
- Page 313 and 314: Informe sobre lo que dice una de la
- Page 315 and 316: donaciones, sino que podía acabar
- Page 317 and 318: que saliera al escenario para darle
- Page 319 and 320: económica, ampliaría el subsidio
- Page 321 and 322: El problema era que nos quedaban al
- Page 323 and 324: Aparte de los cinco minutos que hab
- Page 325 and 326: El 18 de febrero, el día después
- Page 327 and 328: No obstante, incluso implementar pr
- Page 329 and 330: aplaudían con aire de suficiencia
- Page 331 and 332: necesarios para mantener el orden,
- Page 333 and 334: la pauta de Fox News y de la radio
- Page 335 and 336: aparentemente habitual, y cuando un
- Page 337 and 338: tóxicos que figuraban en los libro
- Page 339 and 340: capital necesaria para que este se
- Page 341 and 342: Por más que Tim se culpara a sí m
- Page 343 and 344: umbral del recargado hemiciclo de l
- Page 345 and 346: mi gabinete para repasar los planes
- Page 347 and 348: el Centro Médico de la Universidad
- Page 349 and 350: de estar en la mesa para cenar, aun
- Page 351 and 352: encontraba «en público» casi cad
- Page 353 and 354: de condena a Wall Street. Tim, por
- Page 355 and 356: resistencia política las que guiar
- Page 357 and 358: que otra boa de color rosa, increme
colaborar con usted, señor presidente —me dijo sin rodeos uno de los
miembros—, lo que intentan es destruirle.»
Pensaba que tal vez tenían razón. Pero por diversas razones me parecía
que al menos era importante hacerles una propuesta. Conseguir los dos
votos republicanos que necesitábamos para una mayoría blindada contra el
filibusterismo en el Senado sería mucho más fácil, y lo sabía, si primero nos
asegurábamos un apoyo decente de votos republicanos en el Congreso; la
seguridad en las cifras era la máxima por la que vivían casi todos los
políticos de Washington. Los votos republicanos nos proveerían también de
una útil cobertura política para los demócratas que representaban a zonas
con tendencias conservadoras del país y que vislumbraban un futuro con
campañas de reelección más duras. Y lo cierto es que ya solo el acto de
negociar con los republicanos sirvió como una excusa muy práctica para
esquivar algunas de las ideas menos ortodoxas que surgieron
ocasionalmente en nuestro lado del pasillo («Lo siento, señor congresista,
pero legalizar la marihuana no es el tipo de incentivo en el que estamos
pensando...»).
En lo que a mí respecta, contactar con los miembros republicanos no fue
solo mera táctica. Desde mi discurso de la convención en Boston y los
últimos días de mi campaña, había asegurado a gente de todo el país que no
estaban tan divididos como daban a entender nuestros políticos y que para
hacer cosas importantes teníamos que pasar página a la disputa partidista.
¿Y qué mejor vía para hacer un esfuerzo honesto de llegar al otro lado del
pasillo que desde una posición de fuerza, y en un momento en que no
necesitábamos necesariamente el apoyo de los republicanos del Congreso
para conseguir que se aprobara mi agenda? Pensé que tal vez, con una
mente abierta y un poco de humildad, podía tomar a los líderes del Partido
Republicano por sorpresa, calmar sus sospechas y ayudar a construir
relaciones que permitieran seguir con otros asuntos. Y si, como era lo más
probable, la táctica no funcionaba y los republicanos rechazaban mis
propuestas, entonces al menos los votantes sabrían a quién acusar de la falta
de funcionamiento de Washington.
Para dirigir la Oficina de Asuntos Legislativos habíamos reclutado a un
avispado funcionario sénior demócrata del Congreso llamado Phil Schiliro.
Era alto y estaba quedándose calvo, tenía una aguda forma de reír que
enmascaraba una serena intensidad, y desde el primer día de sesión en el
Congreso, Phil fue en busca de compañeros para negociar, llamándome a mí