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Una-tierra-prometida (1)

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cuando Michelle llevaba un vestido particularmente bonito. Eran apenas

distinguibles de los hermanos de Marian, o los tíos de Michelle; y en esa

familiaridad se volvieron más diligentes, nunca menos, se quejaban si

llevábamos los platos a la cocina nosotros mismos, alertas a la menor señal

de lo que consideraban un servicio inferior por parte de cualquier persona

de la plantilla de la residencia. Nos llevó meses de persuasión conseguir que

cambiaran su esmoquin por pantalón y camisa cuando nos servían la cena.

—Queremos asegurarnos de que se le trate como a cualquier otro

presidente —explicó Von.

—Así es —dijo Buddy—. Verá, usted y la primera dama no saben lo que

esto significa realmente para nosotros, señor presidente. Tenerle a usted

aquí... —negó con la cabeza—. No tiene ni idea.

Con el apoyo de la presidenta Nancy Pelosi y del jefe demócrata del Comité

de Asignaciones del Congreso, Dave Obey, junto a los heroicos esfuerzos

de nuestro aún frágil equipo, fuimos capaces de terminar el borrador de la

Ley de Recuperación, la entregamos al Senado, fue aprobada por el comité

y agendada para una votación completa del Congreso, todo al final de mi

primera semana en el cargo.

Lo considerábamos un pequeño milagro.

Ayudó que los demócratas del Congreso se mostraran tan entusiastas

acerca de los elementos clave del paquete; aunque eso no les impidiera

insistir en todo tipo de detalles. Los liberales se quejaban de que los

recortes de impuestos a empresarios eran como regalos a los ricos. Los

demócratas más centristas manifestaban su inquietud sobre cómo el alto

coste iba a afectar a sus votantes más conservadores. Miembros de todo el

espectro se quejaban de que unas ayudas demasiado directas a los estados

solo conseguirían que los gobernadores republicanos equilibraran sus

presupuestos y pareciesen fiscalmente responsables, incluso esos mismos

gobernadores que luego nos acusarían en el Congreso de gastar dinero

como si fuésemos marineros borrachos.

Esa especie de gruñido en tono menor sucedía siempre con todas las

iniciativas legislativas importantes, estuviera quien estuviera en la Casa

Blanca. Era especialmente frecuente entre los demócratas, quienes por

diversas razones (mayor diversidad de razas, mayor aversión a la autoridad)

parecían tener un orgullo casi perverso en su ausencia de disciplina. Cuando

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