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Una-tierra-prometida (1)

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a Boehner un control muy tenue sobre su caucus, y tras haber

experimentado la humillación de que se le hubiera arrebatado su puesto de

liderazgo como resultado de un vasallaje insuficiente a Newt Gingrich a

finales de los noventa, muy rara vez se desviaba de los puntos de debate que

su equipo hubiese preparado para él, no públicamente al menos. A

diferencia de la relación entre Harry y McConnell, no había ninguna

enemistad real entre la presidenta de la Cámara, Nancy Pelosi, y Boehner,

solo frustración mutua. En lo que se refería a Nancy, con respecto a la poca

fiabilidad de Boehner como compañero de negociación y por su frecuente

incapacidad para dar votos; en cuanto a Boehner, porque Nancy era más

astuta que él.

Boehner no era el primero al que superaba la presidenta. Nancy, con sus

trajes de alta costura, sus zapatos a juego y su pelo perfectamente arreglado,

tenía hasta el mínimo detalle el aspecto de la acaudalada liberal de San

Francisco que realmente era. Aunque era capaz de hablar a toda velocidad,

la televisión no se le daba demasiado bien en aquel entonces, y tenía cierta

tendencia a recitar panaceas demócratas con una franqueza ensayada que

hacía recordar a un discurso de clausura en una gala de caridad.

Pero los políticos (generalmente hombres) subestimaban a Nancy, en su

propio perjuicio, porque su ascenso al poder no se había dado por

casualidad. Había crecido en el Este y era la hija italoamericana de un

alcalde de Baltimore. Fue educada desde la infancia por líderes políticos

étnicos y estibadores, gente poco temerosa de llevar a cabo políticas duras

para conseguir que se hicieran las cosas. Después de trasladarse a la costa

Oeste con su marido, Paul, y de quedarse en casa educando a sus cinco

hijos mientras él levantaba una exitosa empresa, Nancy dio buen uso a su

educación política, alzándose con firmeza de entre las filas del Partido

Demócrata de California hasta el Congreso para convertirse en la primera

presidenta de la Cámara en la historia de Estados Unidos. No le importaba

que los republicanos la hubiesen convertido en su contrincante favorita ni

tampoco le desconcertaban las quejas ocasionales de sus colegas

demócratas. El hecho era que no había una estratega legislativa más dura y

preparada que ella, y mantenía a su caucus firme con una combinación de

atención, destreza para recaudar fondos y su disposición a doblegar a

cualquiera que no cumpliera con sus compromisos.

Harry, Mitch, Nancy y John. «Los cuatro de la cumbre», los llamábamos

a veces. Durante buena parte de los ocho años siguientes, la dinámica entre

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