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Una-tierra-prometida (1)

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Tanto los gastos de emergencia como los recortes de impuestos tenían la

ventaja de ser fáciles de gestionar; podíamos sacar dinero con rapidez y

meterlo en los bolsillos de los consumidores y los empresarios. Los recortes

fiscales también tenían el beneficio añadido de atraer un potencial apoyo

republicano.

El tercer balde, por otro lado, contenía las iniciativas que eran más

difíciles de diseñar y que llevaría más tiempo poner en marcha, pero

también las que tendrían un impacto mayor y a largo plazo: no solo gasto en

infraestructuras tradicionales como construcción de carreteras o reparación

del alcantarillado, sino también líneas de tren de alta velocidad, instalación

de plantas de energía solar y eólica, de líneas de banda ancha en zonas

rurales precarias y en proveer de incentivos a los estados para que

reformaran sus sistemas educativos; todo ello no solo pretendía poner a la

gente a trabajar, sino hacer que Estados Unidos fuera más competitivo.

Considerando la cantidad de necesidades insatisfechas que había en las

comunidades de todo el país, me sorprendió el enorme esfuerzo que supuso

para nuestro equipo encontrar proyectos meritorios de una escala lo

bastante considerable para que los cubriera la Ley de Recuperación. Se

rechazaron algunas ideas prometedoras porque habría llevado demasiado

tiempo ponerlas en marcha o habrían requerido de una nueva y enorme

burocracia. Otras no pasaron el corte porque no tendrían la suficiente

demanda. Consciente de las acusaciones de que había planeado utilizar la

crisis económica como una excusa para celebrar una orgía de ineficiente

despilfarro liberal (y también porque de hecho quería evitar que el

Congreso se comprometiera a no hacer ineficientes despilfarros, liberales o

de cualquier otra clase) establecimos una serie de salvaguardas de buen

gobierno: un proceso de aplicación competitivo para los gobiernos estatales

y locales que buscaran financiación; requisitos estrictos de auditorías e

informes; y en un gesto que sabíamos que iba a desatar aullidos en Capitol

Hill, una firme política de evitar «fondos asignados», por emplear el inocuo

nombre para una práctica de larga tradición con la que los miembros del

Congreso hacían que sus proyectos privados (muchos de naturaleza dudosa)

consiguieran pasar por legislación imprescindible.

Teníamos que dirigir una operación bien organizada y mantener unas

normas de altura, le dije a mi equipo. Con un poco de suerte, la Ley de

Recuperación no solo ayudaría a evitar una depresión; también podía

ayudar a restaurar la fe de la gente en un Gobierno honesto y responsable.

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