07.09.2022 Views

Una-tierra-prometida (1)

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

cabo, los demócratas disfrutaban de una mayoría de setenta y siete escaños

en la Cámara y de diecisiete escaños en el Senado. Pero incluso en el mejor

de los casos tratar de aprobar en un tiempo récord en el Congreso la ley de

gasto de emergencia más grande de la historia iba a ser como si una pitón se

tragara a una vaca. También tenía que luchar contra algunos procedimientos

institucionales problemáticos —las tácticas dilatorias del Senado, conocidas

como filibusterismo—, que al final acabaron siendo la peor migraña política

de mi presidencia.

El filibusterismo no se menciona en ninguna parte de la Constitución. Por

el contrario, nació por accidente: en 1805, el vicepresidente Aaron Burr

urgió al Senado para que suprimiera la «moción para proceder»; una

cláusula común parlamentaria que permite a una mayoría simple de

cualquier legislatura concluir un debate sobre un asunto y llamar a una

votación. (Burr, que parece que nunca desarrolló el hábito de pensar las

cosas hasta el final, consideraba las reglas una pérdida de tiempo).

No les llevó mucho tiempo a los senadores resolver que sin una vía

formal para concluir un debate, cualquier persona podía paralizar la

actividad del Senado —y obtener de ese modo todo tipo de concesiones de

colegas frustrados— sencillamente hablando sin parar y negándose a dar su

brazo a torcer. En 1917, el Senado moderó la práctica adoptando el «cierre

de debate» y permitiendo el voto de dos tercios de los senadores presentes

para acabar con la táctica dilatoria. Durante los siguientes cincuenta y cinco

años el filibusterismo se usó solo con moderación; por lo general se trataba

de demócratas sureños que trataban de bloquear leyes antilinchamiento y de

empleo igualitario o cualquier otro tipo de legislación que amenazara con

afectar a Jim Crow. Aun así, poco a poco el filibusterismo se fue

convirtiendo en una rutina cada vez más fácil de mantener, transformándose

en un arma más poderosa, una mezquindad con la que el partido minoritario

podía salirse con la suya. La simple amenaza de una dilación con frecuencia

era suficiente para descarrilar toda una ley. En los años noventa, las líneas

de batalla entre republicanos y demócratas se recrudecieron, fuera cual

fuese el partido que estuviera en la minoría podía bloquear —y de hecho lo

hacía— cualquier proyecto de ley que no fuera de su gusto, siempre y

cuando permanecieran unidos y tuvieran al menos los cuarenta y un votos

necesarios para impedir que se desestimara la dilación.

Sin ninguna base constitucional, sin ningún debate público y ni siquiera

el conocimiento de los estadounidenses, aprobar una ley en el Congreso

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!