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Una-tierra-prometida (1)

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estrategia sureña de Nixon; tras la desegregación, el caso Roe contra Wade,

el crimen urbano, y el éxodo blanco; tras la discriminación positiva, la

mayoría moral, el fracaso de los sindicatos y Robert Bork; tras las bandas

con armas de asalto y el ascenso de Newt Gingrich, tras los derechos gay y

el impeachment de Clinton— los votantes estadounidenses y sus

representantes se fueron polarizando cada vez más.

La manipulación electoral fortificó esas tendencias cuando los dos

partidos, con la ayuda de los perfiles de votantes y la tecnología

informática, redibujaron los distritos del Congreso con el objetivo explícito

de consolidar sus mandatos y minimizar el número de distritos competitivos

en todas las elecciones. Al mismo tiempo, la fragmentación de los medios y

la emergencia de canales de noticias conservadores hicieron que los

votantes ya no dependieran de que Walter Cronkite les dijera cuál era la

verdad; todo lo contrario, podían adherirse a fuentes que reforzaban, más

que cuestionaban, sus preferencias políticas.

Cuando asumí el cargo, esa «gran división» entre rojos y azules era casi

absoluta. Aún quedaban grupos de resistencia en el Senado (más o menos

una docena de republicanos liberales y demócratas conservadores que

estaban abiertos a la colaboración), pero la mayoría de ellos apenas

lograban mantener sus escaños. En la Cámara, las oleadas de las elecciones

de 2006 y 2008 habían permitido la elección de más o menos una docena de

demócratas conservadores de distritos que solían ser republicanos. Sin

embargo, en términos generales, los demócratas de la Cámara eran

sesgadamente liberales, sobre todo en asuntos sociales, y los demócratas

sureños eran especies en extinción. El movimiento de los republicanos en la

Cámara era aún más grave. Purgados de entre todos los moderados

restantes, sus caucus apoyaron la derecha más que nadie en la historia

moderna, con conservadores de la vieja escuela compitiendo por conseguir

influencia con la nueva y envalentonada estirpe de discípulos de Gingrich,

los lanzabombas de Rush Limbaugh, las aspirantes a Sarah Palin y los

acólitos de Ayn Rand; ninguno de ellos admitía ningún tipo de compromiso,

todos eran escépticos a cualquier tipo de acción gubernamental que no

implicara la defensa, la seguridad de las fronteras, la prohibición del aborto

o el endurecimiento de las leyes y parecían sinceramente convencidos de

que los liberales estaban locos por destruir Estados Unidos.

Sobre el papel, al menos, nada de todo aquello debía impedir

necesariamente que se aprobara el proyecto de ley de estímulos. Al fin y al

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