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Una-tierra-prometida (1)

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que si había alguien capaz de proveer las respuestas que necesitábamos, era

ese grupo.

Con todo, en general mi actitud respondía a cómo la fortuna nos había

sonreído. Teniendo en cuenta todo lo que había salido a mi favor durante la

campaña, era difícil quejarse ahora por una mala mano. Como recordaría a

mi equipo más de una vez durante los años siguientes, el pueblo

estadounidense difícilmente se habría atrevido a elegirme si la situación no

hubiera estado fuera de control. Nuestro trabajo ahora era llevar a cabo las

políticas adecuadas y hacer lo que era mejor para el país, a pesar de lo duro

que pudiera resultar el debate político.

Al menos eso fue lo que les dije. En privado, era consciente de que el

debate político no iba a ser simplemente duro.

Iba a ser brutal.

En los días previos a la toma de posesión había leído varios libros sobre

la primera legislatura de Roosevelt y la puesta en práctica del New Deal. El

contraste había sido instructivo, aunque no en un sentido positivo para

nosotros. En la época en que Roosevelt fue elegido, 1932, la Gran

Depresión llevaba más de tres años generando caos. Un cuarto de la

población estaba en paro, había millones de personas desahuciadas y a los

suburbios que punteaban el paisaje estadounidense se les llamaba

«hoovervilles», un justo reflejo de lo que la gente pensaba del presidente

republicano Herbert Hoover, el hombre al que Roosevelt había

reemplazado.

La pobreza estaba tan extendida, estaban tan desacreditadas las políticas

republicanas, que cuando se produjo un nuevo episodio de pánico bancario

durante lo que era entonces una transición de cuatro meses entre las

presidencias, Franklin Delano Roosevelt dejó claro su rechazo a los

esfuerzos de Hoover de ofrecer su ayuda. Quería que fuera evidente para el

pueblo que su presidencia marcaba un quiebre definitivo y sin ninguna

relación con los errores del pasado. Y cuando luego, en un golpe de suerte,

la economía mostró signos de vida, a solo un mes de que él asumiera el

cargo (antes de que su política se hubiese puesto en funcionamiento),

Roosevelt se alegró mucho de no tener que compartir el crédito con la

Administración previa.

Nosotros, por otro lado, no íbamos a tener el beneficio de esa claridad. Al

fin y al cabo, ya había tomado la decisión de ayudar al presidente Bush con

su necesaria, aunque impopular, respuesta a la crisis bancaria, poniendo mi

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