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Una-tierra-prometida (1)

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Desarrollo Urbano, junto a Austan Goolsbee, mi viejo asesor económico y

profesor de la Universidad de Chicago, a quien nombraría para el Consejo

de Asesores Económicos— ya había empezado a trabajar en planes para

apuntalar el mercado inmobiliario y para reducir el flujo de ejecuciones de

hipotecas. Reclutamos al prominente genio de las finanzas Steve Rattner y a

Ron Bloom, un exbanquero de inversión que representaba a los sindicatos

en las reestructuraciones empresariales, para generar estrategias que

salvaran la industria del automóvil. Y el que pronto sería mi director de

presupuesto, Peter Orszag, recibió la poco envidiable tarea de crear un plan

para financiar a corto plazo los estímulos al mismo tiempo que ponía el

presupuesto federal en un sendero más sostenible a largo plazo; todo eso en

una situación en la que los altos niveles de gastos de emergencia y los

decrecientes ingresos fiscales ya habían llevado al déficit federal a más de

un billón de dólares por primera vez en la historia.

Para compensar las inquietudes de Peter, cerramos la reunión con una

tarta para celebrar su cuarenta cumpleaños. Mientras la gente se reunía en

torno a la mesa para verle soplar las velas, Goolsbee —cuyo aristocrático

nombre siempre me pareció incongruente con su aspecto de Jimmy Olsen,

un constante humor entusiasta y con un acento de Waco, Texas— se puso a

mi lado.

—¡Este ha sido sin duda el peor informe que se ha encontrado un

presidente entrante desde Franklin Delano Roosevelt en 1932! —dijo.

Parecía un muchacho impresionado ante una herida particularmente

espeluznante.

—Goolsbee —respondí—, ni siquiera ha sido mi peor informe de esta

semana .

Bromeaba, pero solo a medias. Aparte de los informes económicos pasé

mucho tiempo de la transición en habitaciones sin ventanas, conociendo los

detalles clasificados sobre Irak, Afganistán y múltiples amenazas

terroristas. Sin embargo, me recuerdo saliendo de aquel encuentro sobre

economía más motivado que abatido. Parte de mi seguridad provenía de la

adrenalina poselectoral y supongo que de la creencia aún sin comprobar y

tal vez ilusoria de que tenía a mano lo necesario para llevar a cabo la tarea.

También me sentía muy a gusto con el equipo que había reunido: pensaba

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