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Una-tierra-prometida (1)

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normal, aquello habría sido suficiente, una serie de pequeñas victorias

mientras nuestras propuestas legislativas más importantes —atención

sanitaria, reforma migratoria y cambio climático— empezaban su andadura

hacia el Congreso.

Pero aquellos no eran tiempos normales. Tanto para la prensa como para

la gente, tanto para mí como para mi equipo, solo había un tema realmente

importante: ¿qué podíamos hacer para impedir el colapso de la economía?

A pesar de que la situación parecía extremadamente urgente antes de las

elecciones, no fue hasta una reunión en Chicago con mi equipo económico

a mediados de diciembre, solo un mes antes de mi toma de posesión, que

empecé a comprender realmente el alcance de la situación a la que nos

enfrentábamos. Christy Romer, cuya habitual alegría y sensatez me hacían

recordar siempre a una madre de alguna serie de televisión de los años

cincuenta, abrió su presentación con una frase que le había escuchado a

Axelrod en una reunión previa de aquella mañana:

—Señor presidente electo —dijo—, este es su momento de me-cago-enla-puta.

Las risas no tardaron en aplacarse cuando Christy nos mostró una serie

de gráficos. Más de la mitad de las veinticinco instituciones financieras más

importantes de Estados Unidos habían quebrado, se habían fusionado o

reestructurado para evitar la bancarrota durante el año anterior; lo que había

empezado como una crisis de Wall Street había infectado ya a la mayor

parte de la economía. El mercado bursátil había perdido el 40 por ciento de

su valor. Había expedientes de ejecuciones hipotecarias sobre 2,3 millones

de hogares. El presupuesto de las familias había caído un 16 por ciento, lo

que, como apuntó Tim más tarde, representaba más de cinco veces el

porcentaje de pérdidas que se había producido como resultado del crac de

1929. Todo ello sobre una economía que ya estaba sufriendo altos y

persistentes niveles de pobreza, el descenso del porcentaje de hombres en

edad laboral con trabajo activo, la caída del crecimiento de la productividad

y la reducción de la mediana salarial.

Y aún no habíamos tocado fondo. Como la gente ya había empezado a

sentirse más pobre había dejado de gastar, de la misma manera que la

acumulación de pérdidas había provocado que los bancos dejaran de otorgar

préstamos, poniendo en peligro más negocios y puestos de trabajo. Algunos

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