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Una-tierra-prometida (1)

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los grupos de interés. Un par de semanas más tarde, cerramos un acuerdo

con los líderes del Congreso para incluir a cuatro millones de niños más en

el programa de Seguro Médico Infantil, y poco después levantamos la

moratoria del presidente Bush para los fondos de investigación de células

madre embrionarias.

Mi primer proyecto legislativo convertido en ley lo firmé durante mi

noveno día en el cargo: la Ley Lilly Ledbetter para un salario igualitario. La

legislación adoptó el nombre de una modesta mujer de Alabama que, tras

una larga carrera en la Goodyear Tire & Rubber Company, descubrió que le

habían pagado sistemáticamente menos que a sus compañeros varones.

Como suele ocurrir en los casos de discriminación, tendría que haber sido

pan comido, pero en 2007, y contra todo sentido común, el Tribunal

Supremo había rechazado la demanda. Según el juez Samuel Alito, el Punto

VII de la Ley de Derechos Civiles establecía que Ledbetter tendría que

haber presentado una queja en el plazo de ciento ochenta días desde que se

produjo por primera vez la discriminación; en otras palabras, seis meses

después de recibir su primera paga, y años antes de descubrir que había un

desajuste. Durante un año los republicanos habían bloqueado en el Senado

una acción correctiva y hasta el presidente Bush había prometido vetarla si

conseguía pasar. Ahora, y gracias al ágil trabajo legislativo de nuestra

envalentonada mayoría demócrata, la ley se firmó en un pequeño escritorio

ceremonial de la sala Este.

Lilly y yo nos habíamos hecho amigos durante la campaña. Conocí a su

familia y también su lucha. Estuvo a mi lado ese día mientras estampaba mi

firma en el documento y utilicé un bolígrafo distinto para cada una de las

letras de mi nombre. (Los bolígrafos sirvieron luego de recuerdo para Lilly

y los promotores de la ley; una bonita tradición, aunque hacía que mi firma

pareciera la de un niño de diez años.) No solo pensé en Lilly sino también

en mi madre, y en Toot, y en todas las mujeres trabajadoras del país a las

que habían saltado en los ascensos o a las que habían pagado menos de lo

que se merecían. La ley que estaba firmando no conseguía revertir siglos de

discriminación, pero al menos era algo, un paso adelante.

Para esto me había presentado, me dije. Esto era lo que se podía hacer

desde el cargo.

Introdujimos otras iniciativas del mismo estilo durante esos primeros

meses, algunas atrajeron una modesta atención de la prensa, de otras se

enteraron solo aquellos a los que afectaba de forma directa. En una época

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