Una-tierra-prometida (1)
cuando Michelle estaba trabajando. Pero fue mucho más que eso. Lo queimportaba de verdad —lo que no iba a dejar de importar incluso muchodespués de que las niñas hubiesen dejado de necesitar una niñera— fue quela simple presencia de Marian mantuvo a nuestra familia con los pies en latierra.Mi suegra no actuaba como si fuese mejor que los demás, de modo quenuestras hijas jamás consideraron siquiera esa opción. Vivía acorde a ladoctrina de no quejarse y no dramatizar, y no le impresionaba ningunaforma de opulencia o moda. Cuando Michelle regresaba de una sesión defotos o de una gala en la que la prensa había analizado todos susmovimientos o escudriñado su peinado, se podía quitar el vestido dediseñador, ponerse unos vaqueros y una camiseta, y confiar en que su madreestaba en su habitación del último piso de la Casa Blanca, siempre dispuestaa sentarse a ver la tele con ella y charlar de las niñas o de viejos conocidos ode cualquier otra cosa.Mi suegra jamás se quejó de nada. Siempre que interactuaba con ella meacordaba de eso, no importaba con qué tipo de conflicto estuviera lidiando,nadie me había obligado a ser presidente, tenía que aguantarme y hacer mitrabajo.Fue una verdadera bendición tener a mi suegra. Para nosotros seconvirtió en el vivo recuerdo de quiénes éramos y de dónde veníamos, laguardiana de unos valores que alguna vez nos habían parecido corrientespero que ahora nos dábamos cuenta de que eran mucho más extraordinariosde lo que habíamos imaginado.El semestre de invierno en Sidwell Friends arrancaba dos semanas antes deldía de la investidura, así que después de la noche de fin de año volamos aChicago, recogimos algunos objetos personales que aún faltaban portrasladar, y abordamos un avión del Gobierno rumbo a Washington. LaCasa Blair, la residencia oficial para los invitados del presidente, no nospodía alojar con tan poca anticipación, así que nos instalamos en el hotelHay-Adams, la primera de tres mudanzas que íbamos a hacer en un lapso detres semanas.A Malia y a Sasha no parecía importarles demasiado vivir en un hotel.Sobre todo no les importaba la poco habitual actitud permisiva de su madrerespecto a las horas frente al televisor, saltar en la cama y probar todos y
cada uno de los postres de la carta del servicio de habitaciones. El primerdía de clase Michelle las acompañó en un coche del Servicio Secreto. Mástarde me contó que se le había encogido el corazón al ver a sus adoradasbebés —con aspecto de exploradoras en miniatura con sus abrigos ymochilas de colores brillantes— dirigiéndose a su nueva vida rodeadas defornidos hombres armados.Sin embargo, aquella noche en el hotel las niñas repitieron su chácharairrefrenable de siempre, nos contaron lo increíble que había sido su día, quela comida era mucho mejor que la de la escuela anterior y que ya habíanhecho un grupo de nuevos amigos. Mientras hablaban, vi que se disipaba latensión en el rostro de Michelle. Cuando les dijo a Malia y Sasha que ahoraque habían empezado las clases se terminaban los postres después de cenary la tele entre semana, y que era momento de cepillarse los dientes yprepararse para ir a la cama, sentí que todo iba a salir bien.Mientras tanto, los engranajes de nuestra transición seguían a todamáquina. Las primeras reuniones con mis equipos de seguridad yeconómico fueron productivas, la gente cumplía la agenda prevista y elpostureo se mantenía a niveles mínimos. Hacinados en insulsas oficinasgubernamentales, organizamos grupos de trabajo para cada organismo ytema imaginables —capacitación laboral, seguridad aérea, deudas depréstamos estudiantiles, investigación contra el cáncer, licitaciones delPentágono—, me pasaba el día hurgando en el cerebro de jóvenes genios yentusiastas, despeinados académicos, líderes empresariales, grupos deapoyo y canosos veteranos de administraciones anteriores. Algunos sepostulaban para un cargo en la Administración; otros querían queadoptáramos propuestas que no habían llegado a ninguna parte en losúltimos ocho años. Pero todos se mostraban ansiosos por ayudar,emocionados ante la perspectiva de una Casa Blanca dispuesta a probarnuevas ideas.Evidentemente había baches en el camino. Algunas de mis opcionesfavoritas para los puestos del gabinete rechazaron mi oferta o no pasaron elescrutinio. Varias veces al día aparecía Rahm para preguntarme qué preferíahacer con alguna disputa emergente sobre política u organización, y trasbambalinas no faltaban las primeras peleas —sobre títulos, territorios,acceso, plazas de aparcamiento— que definen cada nueva Administración.Pero en líneas generales, el ánimo era de euforia centrada; todos estábamos
- Page 219 and 220: A pesar de las tempranas advertenci
- Page 221 and 222: sacar su dinero de IndyMac, un banc
- Page 223 and 224: confesado que no sabía demasiado d
- Page 225 and 226: hablando: cada día me preocupaba m
- Page 227 and 228: acuerdo— que nuestros directores
- Page 229 and 230: vicepresidente y varios miembros de
- Page 231 and 232: En una contienda electoral, al igua
- Page 233 and 234: ponerle la mejor cara posible a la
- Page 235 and 236: quinientos funcionarios federales e
- Page 237 and 238: consecuencia, a su candidato— no
- Page 239 and 240: En agosto, Palin había fracasado e
- Page 241 and 242: problema que debía resolver. Y los
- Page 243 and 244: La calle apenas había cambiado en
- Page 245 and 246: unas pocas calles de nuestra casa e
- Page 247 and 248: dejé el gusto de recitar los resul
- Page 249 and 250: 10Si bien había visitado la Casa B
- Page 251 and 252: El presidente y la primera dama, La
- Page 253 and 254: y de ascensores de servicio, comple
- Page 255 and 256: calculadora del Partido Demócrata
- Page 257 and 258: aptitudes complejas podía ser uno
- Page 259 and 260: Jared Bernstein, un economista labo
- Page 261 and 262: desplegados en Irak y Afganistán,
- Page 263 and 264: proporción con la escuela «realis
- Page 265 and 266: las elecciones, fui amablemente rec
- Page 267 and 268: Dado el entusiasmo que había despe
- Page 269: dientes que se caían y mejillas re
- Page 273 and 274: sonrisas en la distancia, algunos e
- Page 275 and 276: las instrucciones de la Oficina Mil
- Page 277 and 278: Habíamos hecho bien en marcharnos
- Page 279 and 280: sus participantes: los marines, los
- Page 281 and 282: 11No importa lo que te digas a ti m
- Page 283 and 284: normal, aquello habría sido sufici
- Page 285 and 286: consumidores, ya endeudados por enc
- Page 287 and 288: integrado que reforzara la segurida
- Page 289 and 290: que si había alguien capaz de prov
- Page 291 and 292: Esa vez no respondí nada, me limit
- Page 293 and 294: cabo, los demócratas disfrutaban d
- Page 295 and 296: Tanto los gastos de emergencia como
- Page 297 and 298: a Boehner un control muy tenue sobr
- Page 299 and 300: el jefe del grupo parlamentario de
- Page 301 and 302: Y estaba el siempre presente grupo
- Page 303 and 304: portuguesas, Pete estaba en su segu
- Page 305 and 306: mayordomos y sirvientas. En aquel a
- Page 307 and 308: algunas de esas quejas se filtraban
- Page 309 and 310: o a Rahm o a Joe Biden para que ayu
- Page 311 and 312: —Señor presidente, ¿hará usted
- Page 313 and 314: Informe sobre lo que dice una de la
- Page 315 and 316: donaciones, sino que podía acabar
- Page 317 and 318: que saliera al escenario para darle
- Page 319 and 320: económica, ampliaría el subsidio
cuando Michelle estaba trabajando. Pero fue mucho más que eso. Lo que
importaba de verdad —lo que no iba a dejar de importar incluso mucho
después de que las niñas hubiesen dejado de necesitar una niñera— fue que
la simple presencia de Marian mantuvo a nuestra familia con los pies en la
tierra.
Mi suegra no actuaba como si fuese mejor que los demás, de modo que
nuestras hijas jamás consideraron siquiera esa opción. Vivía acorde a la
doctrina de no quejarse y no dramatizar, y no le impresionaba ninguna
forma de opulencia o moda. Cuando Michelle regresaba de una sesión de
fotos o de una gala en la que la prensa había analizado todos sus
movimientos o escudriñado su peinado, se podía quitar el vestido de
diseñador, ponerse unos vaqueros y una camiseta, y confiar en que su madre
estaba en su habitación del último piso de la Casa Blanca, siempre dispuesta
a sentarse a ver la tele con ella y charlar de las niñas o de viejos conocidos o
de cualquier otra cosa.
Mi suegra jamás se quejó de nada. Siempre que interactuaba con ella me
acordaba de eso, no importaba con qué tipo de conflicto estuviera lidiando,
nadie me había obligado a ser presidente, tenía que aguantarme y hacer mi
trabajo.
Fue una verdadera bendición tener a mi suegra. Para nosotros se
convirtió en el vivo recuerdo de quiénes éramos y de dónde veníamos, la
guardiana de unos valores que alguna vez nos habían parecido corrientes
pero que ahora nos dábamos cuenta de que eran mucho más extraordinarios
de lo que habíamos imaginado.
El semestre de invierno en Sidwell Friends arrancaba dos semanas antes del
día de la investidura, así que después de la noche de fin de año volamos a
Chicago, recogimos algunos objetos personales que aún faltaban por
trasladar, y abordamos un avión del Gobierno rumbo a Washington. La
Casa Blair, la residencia oficial para los invitados del presidente, no nos
podía alojar con tan poca anticipación, así que nos instalamos en el hotel
Hay-Adams, la primera de tres mudanzas que íbamos a hacer en un lapso de
tres semanas.
A Malia y a Sasha no parecía importarles demasiado vivir en un hotel.
Sobre todo no les importaba la poco habitual actitud permisiva de su madre
respecto a las horas frente al televisor, saltar en la cama y probar todos y