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Una-tierra-prometida (1)

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trabajo, el Servicio Secreto— tuvimos la oportunidad de comprender lo que

había sucedido y tratamos de vislumbrar lo que venía a continuación. Todo

el mundo parecía feliz aunque levemente indeciso, no sabíamos si estaba

bien admitir lo extraña que era aquella situación, tratábamos de descifrar

qué cosas habían cambiado y cuáles no. Y aunque no lo demostraba, nadie

sentía esa incertidumbre con más intensidad que la que pronto se convertiría

en la primera dama de Estados Unidos.

Durante la campaña, había sido testigo de cómo Michelle se había

adaptado a nuestras nuevas circunstancias con elegancia; ganándose a los

votantes, bordando entrevistas, perfeccionando un estilo que demostraba

que era alguien elegante y accesible. No era tanto una transformación como

una intensificación, su esencial «michelledad» se había pulido hasta

alcanzar su máximo esplendor. Pero a pesar de su creciente comodidad en la

esfera pública, entre bastidores Michelle estaba desesperada por establecer

algún tipo de normalidad en nuestra familia, una zona al margen del

distorsionador alcance de la política y la fama.

En las semanas que siguieron a las elecciones, eso implicó entregarse a

las tareas que cualquier pareja debe llevar a cabo cuando se tiene que mudar

por un nuevo trabajo. Lo resolvió todo con la eficiencia que la

caracterizaba; embaló nuestras cosas, cerró las cuentas, se aseguró de que

nos reenviaran el correo y ayudó al centro médico de la Universidad de

Chicago a buscar un reemplazo.

Pero su interés principal eran nuestras hijas. Al día siguiente de las

elecciones ya había acordado un recorrido por distintas escuelas en

Washington (tanto Malia como Sasha tacharon de sus listas los centros

femeninos, en su lugar habían elegido Sidwell Friends, una escuela privada

fundada por cuáqueros, la misma a la que había asistido Chelsea Clinton) y

había hablado con los profesores para gestionar la incorporación de las

niñas a mitad del año lectivo. Pidió consejo a Hillary y a Laura Bush sobre

cómo aislarlas de la prensa y habló con el Servicio Secreto para encontrar

una fórmula que evitara que los agentes que cuidaban de las niñas las

molestaran cuando traían compañeras a jugar y en los partidos de fútbol. Se

familiarizó con el funcionamiento de la residencia de la Casa Blanca y se

aseguró de que los muebles de las habitaciones de las niñas no parecieran

sacados de Monticello.

No es que no compartiera las preocupaciones de Michelle. Malia, pero

sobre todo Sasha, eran muy pequeñas en 2008, puras coletas y trenzas,

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