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Una-tierra-prometida (1)

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Jared Bernstein, un economista laboral de izquierdas, se unió como parte

del equipo de Joe Biden, al igual que Gene Sperling, un analista político

con gafas muy elocuente que había trabajado cuatro años como director del

CEN durante la Administración Clinton, y quien junto a los economistas

Austan Goolsbee y Jason Furman, aceptaron el papel de jugadores

polivalentes.

En los meses que siguieron pasé innumerables horas con ese grupo de

expertos y sus asistentes, haciendo preguntas, repasando propuestas,

leyendo cuidadosamente las presentaciones de diapositivas y los informes,

diseñando políticas, y sometiendo luego lo que hubiéramos pensado a un

escrutinio implacable. Las discusiones eran acaloradas, se fomentaba la

disensión y no se rechazaba ninguna idea porque proviniese de algún

miembro joven del equipo o porque no encajase con determinada

predisposición ideológica.

Aun así, las voces predominantes del equipo económico eran las de Tim

y Larry. Ambos tenían sus principios en la filosofía económica centrista y

favorable al mercado de la Administración Clinton; además, dada la

extraordinaria racha de prosperidad económica de la década de 1990,

semejante pedigrí fue considerado durante mucho tiempo un motivo de

orgullo. Pero a medida que la crisis financiera empeoraba, ese historial fue

quedando cada vez más cuestionado. Bob Rubin comenzaba a ver

empañada su reputación por su cargo de consejero sénior en el Citigroup,

una de las instituciones financieras cuya enorme exposición al mercado de

las hipotecas subprime había fomentado el contagio. En cuanto anuncié mi

equipo económico, la prensa recordó que Larry había defendido una

importante desregulación de los mercados financieros durante su etapa en el

Tesoro. Y los analistas se preguntaban si durante su mandato en la Reserva

Federal de Nueva York, Tim —al igual que Paulson y Bernanke— no había

tardado demasiado en dar la alarma sobre el riesgo que el mercado de las

hipotecas subprime implicaba para el sistema financiero.

Algunas de aquellas críticas eran razonables, otras claramente injustas.

Lo cierto era que al escoger a Tim y a Larry había unido mi historia a la de

ellos, y si no conseguíamos enderezar el barco económico con rapidez, el

precio político de haberlos elegido iba a ser muy alto.

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