07.09.2022 Views

Una-tierra-prometida (1)

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

Pero estoy feliz donde estoy. Mi esposa y mis hijos son felices. Y conozco

todo demasiado bien como para creer en esa mierda de una Casa Blanca

respetuosa con los tiempos familiares. En todo caso, estoy seguro de que

encontrarás a un candidato mejor que yo.»

No pude rebatir a Rahm sobre las dificultades que implicaba aceptar mi

oferta. En la Casa Blanca moderna, el jefe de gabinete es el mariscal de

campo, el final del embudo por el que deben pasar primero todas las

cuestiones dirigidas al presidente. Pocas personas del Gobierno (incluido el

presidente) trabajaban más horas o bajo una presión más continua.

Pero Rahm estaba equivocado al decir que tenía mejores opciones. Tras

dos agotadores años en campaña, Plouffe ya me había dicho que no iba a

unirse en un primer momento a la Administración, en parte porque su

esposa Olivia había tenido un bebé apenas tres días después de las

elecciones. Tanto mi jefe de gabinete en el Senado, Peter Rouse, como el

antiguo jefe de gabinete de Clinton, John Podesta, que había aceptado

dirigir nuestro equipo de transición, se habían apartado de la carrera. Y si

bien Axe, Gibbs y Valerie iban a aceptar altos cargos en la Casa Blanca,

ninguno reunía la combinación de habilidad y experiencia necesaria para el

puesto de jefe de gabinete.

Rahm, en cambio, sabía de política; conocía a los políticos, conocía el

Congreso, conocía la Casa Blanca y conocía los mercados financieros tras

haber pasado una temporada trabajando en Wall Street. Su descaro e

impaciencia no gustaban a algunas personas. Como comprobaría más tarde,

su afán por «marcarse unos puntos» a veces le llevaba a prestar más

atención al cierre de un acuerdo que a su contenido. Pero con una crisis

económica que abordar y ante lo que sospechaba que podía ser un periodo

limitado para cumplir con mis objetivos en un Congreso controlado por los

demócratas, estaba convencido de que su estilo de martillo pilón era

exactamente lo que necesitaba.

Los últimos días antes de las elecciones conseguí convencer a Rahm,

apelando a su ego pero también a la honradez y al genuino patriotismo que

escondía tras su personaje de chico listo. («¿La mayor crisis que va a tener

que afrontar el país durante nuestra vida —le grité— y tú piensas quedarte

de brazos cruzados?») Axe y Plouffe, que conocían bien a Rahm y le habían

visto en acción, se emocionaron cuando aceptó el puesto. Pero no todos mis

seguidores estaban igual de entusiasmados. ¿Acaso Rahm no había apoyado

a Hillary?, protestaron algunos. ¿No representaba a esa misma versión

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!