07.09.2022 Views

Una-tierra-prometida (1)

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

iluminan hacia abajo desde el techo y las paredes. Las luces jamás se

apagan, de forma que incluso a mitad de la noche el despacho Oval

permanece luminiscente, brillando en la oscuridad como la antorcha

circular de un faro.

La mayor parte de los ocho años de mi mandato los pasé en esa

habitación, escuchando con atención informes de inteligencia, recibiendo a

jefes de Estado, persuadiendo a miembros del Congreso, compitiendo con

aliados y adversarios, y posando frente a las cámaras junto a miles de

visitantes. Allí me reí con los miembros de mi equipo de gobierno, también

maldije y en más de una ocasión tuve que contener las lágrimas. Con el

tiempo acabé sintiéndome lo bastante cómodo como para apoyar los pies

sobre el escritorio o sentarme en él, rodar por el suelo con un niño o echar

una siesta en el sofá. Alguna vez tuve la fantasía de salir por la puerta Este

y recorrer la calzada de entrada, pasar la garita de seguridad y los portones

de hierro forjado, perderme en las calles repletas de gente y regresar a mi

vida anterior.

Pero jamás perdí del todo el sentimiento de respeto que me invadía cada

vez que entraba al despacho Oval, la sensación de que estaba entrando no a

un despacho sino a un santuario de la democracia. Día tras día, su luz me

consoló y me dio fuerzas, recordándome el privilegio de mis

responsabilidades y mis obligaciones.

Mi primera visita al despacho Oval sucedió a los pocos días de las

elecciones, cuando, siguiendo una vieja tradición, los Bush nos invitaron a

Michelle y a mí a un recorrido por el que en breve sería nuestro hogar.

Recorrimos la sinuosa entrada del jardín Sur de la Casa Blanca en un

vehículo del Servicio Secreto, intentando asimilar el hecho de que en menos

de tres meses nos mudaríamos allí. Era un día soleado y cálido, los árboles

aún tenían muchas hojas y el jardín de las Rosas rebosaba de flores. El

prolongado otoño de Washington nos ofreció un bienvenido alivio, porque

en Chicago el clima se había vuelto oscuro y bruscamente frío, el viento del

Ártico había desnudado los árboles de sus hojas, como si el poco habitual

ambiente templado que habíamos disfrutado la noche de las elecciones

hubiera sido apenas parte de un decorado más amplio que debía ser

desmantelado en cuanto se acabara la celebración.

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!