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Una-tierra-prometida (1)

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Si bien había visitado la Casa Blanca en varias ocasiones como senador de

Estados Unidos, nunca había estado en el despacho Oval antes de ser

elegido presidente. La habitación es más pequeña de lo que uno espera —no

llega a los once metros en el lado más largo, dos metros menos en el otro—

pero el techo es alto e impresionante, y su aspecto coincide con las fotos y

las imágenes de los telediarios. Está el retrato de Washington sobre la repisa

de una chimenea cubierta de hiedra y los dos sillones altos, rodeados de

sofás, en los que se sientan el presiente y el vicepresidente o los

mandatarios extranjeros de visita. Están las dos puertas que combinan a la

perfección con las paredes ligeramente curvas —una da al pasillo, la otra al

«despacho externo», donde se instalan los asistentes personales del

mandatario— y una tercera que conduce a una pequeña oficina interna y a

un comedor privado. Están los bustos de dirigentes ya fallecidos y el

famoso bronce del cowboy de Remington; el antiguo reloj de pie y las

estanterías hechas a medida; la gruesa alfombra oval con el águila ceñuda

bordada en el centro y el escritorio Resolute —regalo de la reina Victoria en

1880 que fue profusamente tallado a partir del casco de un barco británico a

cuya tripulación ayudó a rescatar de una catástrofe un ballenero

estadounidense—, lleno de escondrijos y cajones secretos, con un panel

central que se abre y es la delicia de cualquier niño que tiene la oportunidad

de atravesarlo gateando. Pero si hay algo que las cámaras no suelen captar

del despacho Oval es la luz. La sala está repleta de luz. En los días diáfanos

entra a raudales a través de los enormes ventanales de los lados Este y Sur,

y a medida que el sol se desvanece al final de la tarde va tiñendo todas las

cosas con un brillo dorado que se convierte en un grano fino y luego

veteado. Cuando hace mal tiempo y el jardín Sur está cubierto por la lluvia,

la nieve o la extraña niebla matutina, la habitación adquiere una tonalidad

ligeramente azulada, aunque sin dejar de ser clara, la débil luz natural se ve

reforzada por las bombillas interiores escondidas tras una cornisa que

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