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Una-tierra-prometida (1)

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dejé el gusto de recitar los resultados estado por estado durante varios

minutos antes de decirles lo que sabía que era cierto: que más que lo que yo

había hecho, todo aquello era posible gracias a sus habilidades, su trabajo

duro, su visión, su tenacidad, su lealtad y su corazón, junto al compromiso

del equipo al completo.

El resto de la noche está ahora desdibujado en su mayor parte. Recuerdo

la llamada de John McCain, que fue igual de amable que su discurso de

derrota. Hizo énfasis en lo orgulloso que debía sentirse Estados Unidos del

paso histórico que había dado y prometió que ayudaría a que tuviera éxito.

Hubo llamadas de felicitación del presidente Bush y de varios líderes

internacionales, y una conversación con Harry Reid y Nancy Pelosi, cuyos

grupos habían tenido una muy buena jornada electoral. Recuerdo haber

conocido a la madre de Joe Biden, de noventa y un años, a la que le dio

mucho placer contarme que había regañado a Joe por haber siquiera

considerado la posibilidad de no formar parte del equipo.

Aquella noche se reunieron en el parque Grant más de doscientas mil

personas, el escenario miraba hacia la rutilante silueta de Chicago. Todavía

puedo distinguir en mi mente algunas caras que miraban hacia arriba

mientras yo me movía por el escenario: hombres, mujeres y niños de todas

las razas, algunos adinerados, otros pobres, algunos famosos y otros no,

unos sonreían con gran euforia, otros lloraban abiertamente. He releído

algunas frases del discurso que di esa noche, y he escuchado el relato de lo

que el equipo y los amigos sintieron al estar allí.

Pero me preocupa que mis recuerdos, al igual que muchas cosas que

sucedieron durante estos últimos doce años, estén matizadas por las

imágenes que he visto, la grabación de nuestra familia cruzando el

escenario, las fotografías del público, las luces y el magnífico telón de

fondo. Por más bonitas que sean, no siempre coinciden con la experiencia

vivida. En realidad, mi fotografía favorita de aquella noche no es la del

parque Grant en absoluto. Más bien es una que recibí muchos años después

como regalo, una fotografía del monumento a Lincoln tomada mientras

daba mi discurso en Chicago. En ella se ve a un pequeño grupo reunido en

las escalinatas, las caras ocultas por la oscuridad, y a sus espaldas la gigante

figura brillando intensamente, el marcado rostro de mármol, los ojos

ligeramente abatidos. Me dicen que estaban escuchando la radio, pensando

en silencio en quiénes somos como personas, y en el curso de la historia de

esto que llamamos democracia.

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