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Una-tierra-prometida (1)

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En agosto, Palin había fracasado en algunas entrevistas de alto perfil en

los medios, lo que la había convertido en el objetivo de Saturday Night Live

y de otros programas nocturnos de humor, pero su fuerza estaba en otro

lugar. La primera semana de octubre había convocado a grandes multitudes

y había avivado con entusiasmo la bilis nativista. Desde el escenario me

acusó de «tener amistad con terroristas cuyo objetivo era su propio país».

Comentó que era «un hombre que no veía a Estados Unidos de la manera en

la que tú y yo vemos a Estados Unidos». La gente iba a sus mítines con

camisetas con eslóganes como: «Pitbul de Palin» o «fuera comunistas». La

prensa habló de gritos entre el público como «¡Terrorista!», «¡Matadlo!» y

«¡Que le corten la cabeza!». Era como si a través de Palin los oscuros

ánimos que durante mucho tiempo habían estado acechando la periferia del

Partido Republicano moderno —la xenofobia, el antintelectualismo, las

teorías conspiranoicas y sobre todo la hostilidad hacia la gente negra y

mestiza— hubieran encontrado su manera de llegar al escenario principal.

Una prueba del carácter de John McCain, de su honradez esencial, fue

que cada vez que un simpatizante se le acercaba vomitando la retórica

Palin, él lo hacía retroceder amablemente. Y en un mitin en Minnesota,

cuando un hombre declaró ante el micrófono que tenía miedo de que yo

fuera el presidente, McCain no lo pudo soportar más.

—Tengo que deciros que es una persona decente y a la que no debéis

temer como presidente de Estados Unidos —dijo, y provocó un enérgico

abucheo desde el público. A otra pregunta respondió:

—Queremos pelear y pelearemos. Pero seremos respetuosos. Admiro al

senador Obama y sus logros. Voy a ser respetuoso con él. Quiero que todo

el mundo sea respetuoso y se asegure de serlo porque esa es la manera en la

que se tiene que hacer política en nuestro país.

A veces me pregunto si en retrospectiva McCain hubiese seguido

eligiendo a Palin, teniendo en cuenta cómo su espectacular subida y su

legitimación como candidata facilitaron luego un patrón para políticos

futuros, desplazando el centro de su partido y de la política general del país

hacia una dirección que él mismo aborrecía. Por supuesto, jamás le hice

esta pregunta de forma directa. Durante la década siguiente, nuestra

relación evolucionó hacia un respeto reticente pero auténtico, aunque las

elecciones de 2008 siguieron siendo, comprensiblemente, un apartado

doloroso.

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