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Una-tierra-prometida (1)

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la furgoneta de regreso al hotel, Gibbs —que como buen director de

Comunicación de campaña tenía un olfato infalible para identificar cómo lo

que parecían un puñado de palabras inocuas podían acabar incitando la

estupidez política— me dijo que mi comentario sobre la diseminación de la

riqueza era problemático.

—¿Qué dices?

—La frase no cae bien en los sondeos. A la gente le suena a comunismo

y esas mierdas.

Me reí a carcajadas, le dije que justamente la idea de los recortes fiscales

que había hecho Bush era redistribuir los ingresos de gente como yo a gente

como Joe. Gibbs me miró como un padre mira al niño que comete una y

otra vez el mismo error.

Efectivamente, en cuanto se emitió la conversación que sostuve con

Wurzelbacher —apodado instantáneamente Joe el Fontanero—, McCain

empezó a machacar con eso en los debates. Su campaña fue a por todas

diciendo que aquel hombre, que era la sal de la tierra en Ohio, había

desenmascarado mi programa secreto de redistribución del ingreso

socialista y lo trataron como el oráculo del estadounidense medio. De

pronto, todas las cadenas de noticias estaban entrevistando a Joe. Había

anuncios publicitarios de Joe el Fontanero, y McCain lo llevó a un par de

mítines de su campaña. El propio Joe parecía divertido por momentos, en

otros desconcertado y de vez en cuando incómodo con su fama recién

estrenada, pero cuando se dijo todo lo que se podía decir, la mayoría de los

votantes vieron a Joe como poco más que una distracción de la importante

tarea de elegir al próximo presidente.

La mayoría de votantes, no todos. Para quienes se informaban con Sean

Hannity y Rush Limbaugh, Joe el Fontanero encajaba a la perfección en una

narrativa más amplia que incluía al reverendo Wright, mi amistad con mi

vecino Bill Ayers, que había liderado el grupo militante Weather

Underground, mi presunta fidelidad hacia el radical trabajador comunitario

Saul Alinsky y mi oscura herencia musulmana. Para esos votantes, yo no

era solo un demócrata de centroizquierda que pretendía ampliar las redes de

protección social y acabar con la guerra en Irak. Era algo más insidioso,

alguien a quien se debía temer, alguien a quien había que detener. Y para

dar ese urgente y patriótico mensaje al pueblo, cada vez buscaban más a su

valiente defensora: Sarah Palin.

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