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Una-tierra-prometida (1)

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consecuencia, a su candidato— no se le podía confiar la responsabilidad de

gestionar la crisis.

Mientras tanto, las decisiones de campaña en las que había insistido

Plouffe desde hacía meses estaban dando resultados. Nuestro ejército de

activistas locales y voluntarios se había dispersado por todo el país, había

registrado a cientos de miles de nuevos votantes y lanzado operaciones sin

precedentes en estados que admitían el voto anticipado. Nuestras

donaciones online seguían fluyendo, lo que nos permitía estar en los medios

que eligiéramos. Un mes antes de las elecciones, cuando la campaña de

McCain anunció que frenaba sus esfuerzos en Michigan, un estado que

históricamente había sido una contienda clave, para concentrarlos en otro

lugar, Plouffe se sintió casi ofendido.

«¡Sin Michigan no pueden ganar! —dijo sacudiendo la cabeza—. Para

eso que saquen de una vez la bandera blanca.»

En lugar de concentrar la energía en Michigan, la campaña de McCain

puso toda su atención en un hombre que se terminaría convirtiendo en una

impensable figura de culto: Joe Wurzelbacher.

Me había cruzado con Wurzelbacher unas semanas antes mientras hacía

un poco de campaña puerta a puerta a la vieja usanza en Toledo, Ohio. Era

el tipo de acto de campaña que más disfrutaba, sorprender a las personas

mientras rastrillaban las hojas o arreglaban sus coches frente a sus casas,

ver cómo los chicos se acercaban a toda prisa con sus bicicletas para

enterarse de a qué venía tanto revuelo.

Ese día estaba de pie en una esquina firmando autógrafos y hablando con

un grupo de personas, cuando un hombre con la cabeza rapada y aspecto de

treinta y muchos se presentó como Joe y me preguntó por mi programa de

impuestos. Dijo que era fontanero y que estaba preocupado de que un grupo

de liberales como yo se lo pusiera aún más difícil a los propietarios de

negocios pequeños. Le expliqué ante las cámaras que mi plan era subir los

impuestos solo al 2 por ciento de los estadounidenses más ricos, y que al

invertir esos ingresos públicos en materias como educación e

infraestructura, lo más probable era que la economía y su negocio

prosperaran. Le dije que creía que ese tipo de redistribución del ingreso

—«cuando repartes la riqueza» fueron mis palabras exactas— siempre

había sido muy importante para dar más oportunidades a las personas.

Joe se mostró cordial pero escéptico, estuvimos de acuerdo en que no

estábamos de acuerdo, y antes de que me marchara nos dimos la mano. En

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