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Una-tierra-prometida (1)

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En una contienda electoral, al igual que en la vida, hay momentos en que

se cierran todos los caminos posibles menos uno y lo que parecía un amplio

abanico de desenlaces se reduce al inevitable. Aquel fue uno de esos

momentos. Bush miró a McCain con las cejas levantadas, se encogió de

hombros y le dio la palabra a John Boehner. Este dijo que él no hablaba de

empezar de cero, sino que solo quería algunas modificaciones: incluir un

plan que le costó describir y que implicaba que el Gobierno federal

asegurara las pérdidas de los bancos en lugar de comprar sus activos.

Le pregunté a Paulson si había echado un vistazo a esa propuesta de

seguro republicana y si pensaba que podía funcionar. Paulson dijo con

firmeza que lo había hecho y que no iba a funcionar.

Richard Shelby, alto cargo en el Comité Bancario del Senado,

interrumpió para decir que varios economistas le habían dicho que el TARP

no iba a funcionar. Propuso que la Casa Blanca diera más tiempo al

Congreso para considerar todas las opciones. Bush lo interrumpió y dijo

que el país no tenía más tiempo.

A medida que avanzaba la conversación, cada vez era más evidente que

ninguno de los líderes republicanos estaba familiarizado con el verdadero

contenido de la última versión del TARP; o en todo caso con la naturaleza

de los cambios que ellos mismos proponían. Sencillamente trataban de

evitar tener que emitir un voto difícil. Después de escuchar varios minutos

de discusión de un lado y de otro, volví a tomar la palabra.

«Señor Presidente —dije— me gustaría oír lo que tiene que decir el

senador McCain.»

Una vez más, todo el mundo miró a McCain. En esa ocasión leyó una

pequeña tarjeta que tenía en la mano, murmuró algo que no llegué a

comprender, y empleó dos o tres minutos para decir trivialidades, que

parecía que las conversaciones estaban haciendo sus progresos y que lo

importante era dar espacio a Boehner para que moviera a su grupo hacia el

«sí».

Y eso fue todo. Ningún plan. Ni la sombra de una sugerencia sobre cómo

acercar las posturas. La sala permaneció en silencio mientras McCain

apoyaba su tarjeta con la mirada abatida, como un bateador al que acaban

de eliminar. Casi sentí pena por él. Era una negligencia política que su

equipo hubiera hecho una apuesta tan fuerte para luego enviar a su

candidato a la reunión sin prepararlo. Cuando los periodistas tuvieron

noticia de su participación aquel día, la cobertura no fue amable con él.

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